Carlos Marzal

Carlos Marzal es un poeta valenciano, nacido en el año 1961. Pertenece al grupo conocido como poesía de la experiencia, el cual ha sobresalido en la década de los 80 y 90 con escritores de la talla de Luis García Montero y Vicente Galleo, entre otros. Se recibió de Licenciado en Filología Hispánica a través de la Universidad de Valencia. Fue director de la revista Quites, que mezclaba la belleza de la literatura con la barbarie y falta de humanidad que representan las corridas de toros, las cuales le producen al autor una inentendible fascinación, como lamentablemente ocurre con otros escritores.
Sus poemarios más exitosos son "Metales pesados", con el cual obtuvo el Premio Nacional de Poesía y el de la Crítica, y "Fuera de mí", que le mereció el Premio Antonio Machado y el Internacional de Poesía Fundación Loewe. Incursionó en la narrativa con su novela "Los reinos de la casualidad", género con el cual también recibió reconocimientos por parte de la crítica. Ha participado asimismo en la traducción de más de un autor, como es el caso del poeta valenciano Enric Sòria Andén y del barcelonés Joan Vinyoli.
Asegura que el título de un libro es tan importante como el resto de la obra, ya que es éste el encargado de atraer la atención de los potenciales lectores cuando entran en una librería.

Poemas de Carlos Marzal

Seleccionamos del listado de arriba, estos poemas de Carlos Marzal:

La tregua


En la tiniebla urgente de esas casas
que uno acaba pidiendo a los amigos;
en asientos traseros de los coches,
abusando de los malabarismos;
en la frecuentación de los hoteles,
tarde o temprano todos parecidos;
sobre la arena tibia de la playa
pasado ya esl peligro de ser vistos;
en la cama de casa, que ya es
como una parte de nosotros mismos,
y en los lugares más insospechados
de donde quiera que haya sucedido,
hay una rara tregua de los cuerpos
que es más que el decaer del apetito
(cuando ella va camino de la ducha
o busca entre su bolso cigarrillos,
mientras coge las ropas esparcidas
o se entrega al silencio como a un rito),
porque desaparecen las distancias
y vuelvo a padecer un espejismo:
todas las camas son la misma cama
y un mismo cuerpo todos los que han sido,
todo el tiempo del mundo es ese instante
y en ese instante, el mundo, un laberinto
del que conozco todas las salidas,
porque conozco todos los sentidos.

Luego esa lucidez desaparece,
y se regresa al cauce primitivo;
de nuevo el mundo es un rompecabezas
imposible de armar con un principio,
y sólo nos consuela un cuerdo al lado
que solicita un último capricho.

El jugador


Habitaba un infierno íntimo y clausurado,
sin por ello dar muestras de enojo y contrición.
En el club le envidiaban el temple de sus nervios
y el supuesto calor de una hermosa muchacha
cariñosa en exceso para ser su sobrina.
Nunca le vi aplaudir carambolas ajenas
ni prestar atención al halago del público.
No se le conocía un oficio habitual,
y a veces lo supuse viviendo en los billares,
como una pieza más imprescindible al juego.
Le oí decir hastiado un día a la muchacha:
Sufría en ocasiones, cuando el juego importaba.
Ahora no importa el juego. Tampoco el sufrimiento.
Pero siento nostalgia de mi antigua desdicha.
Al verlo recortado contra la oscuridad,
en mangas de camisa, sosteniendo su taco,
lo creí en ocasiones cifra de cualquier vida.
Hoy rechazo, por falsa, la clara asociación:
no siempre la existencia es noble como el juego,
y hay siempre jugadores más nobles que la vida.

Invocacion


Que otras vidas más hondas sofoquen mi nostalgia
y que el don del valor me sea concedido.
Que el amor se engrandezca y sea fiel y dure
y que ajenos paisajes impidan la tristeza.
Que el olvido y la muerte, que el tiempo y el dolor
formen por esta vez en el bando vencido.
Que las luces se apaguen, y en la noche del cine
una breve mentira nos convierta en más vivos.

Los monstruos nunca mueren


A Felipe Benítez Reyes




Los monstruos nunca mueren.

Si crees que retroceden, si parece
que han olvidado el rastro de tus días,
tus lugares sagrados, tus rutinas,
el bosque inabarcable de tus sueños;
si sonríes porque ya no recuerdas
la última noche en que te atormentaron,
ten por seguro que darán contigo.

Y entonces pisarán donde tú ya has pisado,
incendiarán tu bosque, tendrás cita
con ellos en su cama, jugarán con tus cartas,
beberás de su copa
y soñarán por ti castigos impensables.

Los monstruos nunca mueren.
Viajan dentro de ti, regresan siempre.
Son los pasos que escuchas
en el destartalado desván de la conciencia,
el ruido del somier de dos que follan
en el cuarto contiguo en que no hay nadie.

Los monstruos son las sombras chinescas que proyecta
un insomne demonio en la pared,
o el salvaje aleteo de un pájaro invisible
en un cofre cerrado; la llamada
en mitad de la noche, sin respuesta,
y es la respiración del monstruo
la que está al otro lado, jadeando.
Son el centro de un ojo
que no puede dormir,
porque no tiene párpado.

Pasa el tiempo, se pierde,
la memoria se pudre,
desolladero abajo de nosotros.
El amor se consume por obra de su fuego.
Los secretos terminan traicionándose,
cede la fiebre, el sol declina,
se nos muere la dicha del que fuimos,
el que somos se muere sin saberlo.
Pero los monstruos no.
Los monstruos nunca mueren.

Los restos de un naufragio


(A Luis Antonio de Villena)

Unos cientos de libros, una casa en la playa,
muebles que el corazón fue envejeciendo
y que hicieron el mundo hospitalario,
fetiches de algún viaje, talismanes
que no pudiron nada contra el mundo,
un puñado de cartas de unos cuantos amigos,
alguna carta oculta, inconfesable,
papeles ordenados, papeles sin sentido,
medicamentos, cuadros, ropa usada
y ropa por usar, varias cuentas bancarias,
una viuda aturdida, un automóvil,
una amante aturdida, un peine con cabellos,
una caligrafía que ha perdido el pulso de su mano,
un olor familiar camino de la nada.

Este es el inventario de los bienes de un muerto,
y como todo censo y toda lista
supone un ejercicio de modestia.
Nuestras cosas, que a veces parecían preservarnos,
habitarnos el mundo que habitábamos,
en un golpe de vista se convierten
en un proligo catálogo de absurdos,
rutas desdibujadas de un mapa inexistente,
pájaros disecados cuyos ojos
no saben recordar un cielo que ya ha ardido.

Los paises nocturnos


A Manuel A. Benítez Reyes

Hay una geografía de la mente,
Hay paisajes nocturnos, igual que territorios
en donde un sol dichoso eterniza.
Hay países de sombra que regresan
en el maldito tren de largo recorrido
con parada en nosotros.
Hay un desierto de la inteligencia,
y he navegado océanos sin luz
al fondo de unos ojos
que no tenían fondo.

No es una nueva dimensión del mundo.
El primer hombre ya exploró la tierra
en su vastedad negra; le bastó un instante
de auténtico dolor, para haber fatigado
los trenes, los desiertos, las selvas y los ojos.

Estas desordenadas palabras en la niebla
no pretenden servir, ahora ni nunca,
de acta fundacional de ninguna ciudad.
Estas ciudades han sido desde siempre
y viven en el alma,
alzadas en un aire enrarecido,
callejón neblinoso por donde ya anduvimos,
extrarradio feroz al que nos condenaron.

Explorador sin suerte,
viajero del mundo que has perdido
el Sur y el Norte, y el avión de regreso
hacia una patria un poco más amable.
Hermano equivocado que estuviste
el día equivocado
en el equivocado centro de tu vida,
equivocando el modo de escaparte.

Hay una geografía de la mente.
Hay un teatro donde se representa
nuestro viaje hacia nosotros,
desde nosotros mismos.
Y en la escena final del acto último
hay un barco que se hunde en un hielo brumoso,
mientras en los salones
una orquesta fantasma
acomete un vals para los muertos.

Adivina quién fue invitado a los salones,
adivina quién baila la música fantasma,
y adivina quién
se hundió con ese barco.

Línea del tiempo

Haz click en cada ítem para ver más información

Mapa de tiempo

Haz click en el botón para revelar el mapa del tiempo