Yo quisiera ser el viejo caballero
amante de las esquinas solitarias,
bañado por una suave lumbre de alelíes,
que en la noche repasa, con los dedos,
cuentas de amor y melancolía
a través de desvaídos almanaques.
Yo quisiera ser el viejo caballero.
Lo he visto en los grabados antiguos
de las calles silenciosas.
Su paso deshace plumajes de agua en los plenilunios.
Su paso abismado reanda los años en la luz.
Su paso escala montañas de flor de algodón.
Yo lo he visto perdido bajo cielos de arroz,
con una mano en el pecho
y una mano ya ajena en otro siglo. Su bastón
caminaba solo y yerto como caminaría
una insurrección de nardos. Iba delante de él.
La perla de su corbata,
sus guantes de horizonte, de niebla,
la cadena de su reloj,
su pañuelo florido,
sus cabellos pintados,
su sombrero vesperal,
la luz de sus zapatos de charol,
todo lo anunciaba y su tos,
todo gritaba su sonrisa, su amarga
luna de soledad.
Yo quisiera ser el viejo caballero
que da golosinas a los niños
y palmadas delicadamente amorosas a las adolescentes.
Yo quisiera ser ese caballero, ese río inerte,
esa luz antigua.
Yo quisiera ser ese caballero,
lleno de árboles desgarrados,
de pájaros enmudecidos,
de estrellas turbias. ¡Caballero gris,
retrato mío de un tiempo escamoteado!
Pero no lo cuente, por favor, caballero.
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