Hoy soñé los lamentos de mi suerte,
un color de sombra en la llovizna.
Dios, nunca pensó en crueles realidades,
se inventó su mundo a mis espaldas.
No me permitió soñar las primaveras
y me encontré a las cinco de la tarde
soñando un puño de palabras.
Ahora van errantes los caminos
pensando soñar que están llenos de pisadas,
sin lombrices muertas,
torturas de otros tiempos.
¡No Dios!
No me diste un sueño bien pensado,
malgastaste tus horas comunes
pues al final del viaje
siempre hay quien sueña
con palomas blancas.
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