No puede permitir naturaleza
que tan escaso amor te haya humillado,
sin la jugosa avena entre los dientes,
sabiendo que morir es lo postrero.
Hablaron de tu hora. ¿Quién el destino sabe?
Te conocí airoso.
Morabas una cuadra con ramilletes verdes.
Vaho de la rosada boca
advertía tu sueño, inquieto a veces,
por cosquilleo de hormigas rubias
sobre el brillante pelo de las ancas.
De juventud los ojos
marcaban la frontal fisonomía,
cabeza hermosa
atraía de admiración el gesto
de quienes al pasar verte pudieron.
Solo ahora, en el declive de la colina
que recibió tus siestas,
recién cortado el heno de aquel lecho,
para morir quisieras.
El alba y la serena luz
no lograron atraer otro jinete,
levantar al derrotado,
vivir las agonías,
espolear los flancos
de un animal
hasta estallarlo
en plenitud gozosa.
Transcurrieron las necesarias noches.
Radiante el sol,
y las hormigas rubias sobre el anca.
El caballo, en soledad de muerte,
trémulo relinchaba.
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Rafael.
Aún los animales,
con su porte y estampa
inspiran poesía,
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