Si te asaltó el otoño en alta mar
y, lejos del abrigo
del puerto y sus buhíos,
amenaza zozobra tu velero,
aférrate al timón,
endereza tu rumbo hacia otras radas
y dispón lo preciso
para resistir el invierno.
No intentes regresar: en el océano
sólo el abismo emerge a estas alturas
y se embriagan de noche los ponientes.
Tras la popa, el origen
será sólo un recuerdo, la añoranza
de aquel paraíso que siempre se pierde,
pues no es otro el destino de la felicidad.
Acepta, en fin, la ofrenda
de las gentes sencillas del fiordo:
No podrán reparar la vía de agua
ni allegar provisiones a la despensa;
te cuidarán, no obstante, y sus muchachas
calentarán tu lecho.
Mira a tu alrededor: la primavera
no volverá a posarse en tu jardín.
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