Apoyado en el muro, contemplaba
unos cuadros antiguos.
La lámpara amarilla del crucero
iluminaba apenas las borrosas imágenes,
acaso exagerando su palor.
En su rural tenebra,
destacara el pintor la carne lívida
de Eros y Thánatos.
Al lado de aquel lienzo,
la desnudez cerúlea el amor y la muerte
-fraternos compañeros de retablo-,
un reloj de pared acompasaba
los helados latidos de los amantes.
Apoyado en el muro,
un anciano veía su existencia,
mientras el alma se le iba enfriando
bajo la humedad de la bóveda.
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