Los mendigos escapan del tallo de las plantas
en gruesas gotas de dignidad y mármol.
Vuelan por el día como los primeros leños
en el monumento espeso del aire de los suspiros.
Sobre los techos crecen a toda hora ciegos presuntuosos
pero los hilos de un muerto extraño a la casa
los enredan y enseñan a caminar despacio.
Paciencia: mañana el difunto será convaleciente
y partirá desde su cuerpo
hacia la simplicidad de una voz
en la tiniebla endurecida.
Volver a Eduardo Anguita