Traía firme anzuelo
los ojos ya nevados,
y en la roca desierta
atrapé su sonrisa una mañana.
-¡Ayúdame!
vierto todos mis peces
en cristales salobres de la esfera
del humano que busca un auditorio
y canta la carcoma de sus penas-.
Lo dijo con aliento
de insomnio perdurable.
Se disipó el lugar.
Me perdí en salmodias y entre arenas.
No tropezaré nunca con sus abuelos ojos.
Pero su voz fue un ancla poderosa
en transitados puertos de mi entraña.
Hay desde entonces velas que apresuran
en navio de la vocal primera
en sonidos agudos concebida,
y conducen mi sed.
Y en mi playa de roja huracanada
estiletes ardidos
en los vientos cincelan el poema.
Quiero vivir milenios
pescando con mil redes.
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