Alegre, tranquilo,
acaricias la nave.
Tan sereno como el monte,
tu guardián eterno.
La leve música del agua
se confunde con el silencio.
Claro murmullo,
como el lento
pasar de pájaros
en vuelo.
La espuma de tus ondas
baña la luz y el fuego
del sol, que las adorna
con los colores del espectro.
Una banda de peces voladores,
como una procesión de puntos negros,
te arroja su mancha de tinta...
Al golpe, repentinamente ciego
chocas contra los flancos de la nave,
que regocijas con tu juego.
¡Mar del amanecer, mar que eres niño,
rosado por la aurora, movido por el viento,
cantado por los hombres
y acariciado por el pensamiento!...
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