A solas y ya en mi habitación lo recuerdo.
Lo veo a mi lado nuevamente, la sonrisa cálida
y dulce la mirada. Recuerdo el olor a tabaco
que escapa de su boca
y sonrío.
Cómo quisiera poder, al extender los brazos, tomar-
le la cintura, sentir el calor de su cuerpo contra el mío,
sentir sus mejillas,
en las que la barba apenas si es promesa,
contra mi boca ardiente de caricias:
sentirle palpitar entre mis brazos cuando,
muy suavemente,
le susurro en el oído mi ternura y mi deseo.
Pero esta soledad de ahora es tan exacta
como la imagen que de él evoca la memoria,
y en ella el recuerdo de su cuerpo se repite,
eco de esa voz que ahora se me escapa para siempre
Y he de esconder entonces las manos para evitar
que se quiebren cual palomas angustiadas,
y me he de morder los labios para ahogar el gemido
que al escapar me desgarra la garganta,
y en el vacío de esta habitación a solas
sólo puedo dejarme caer sobre la cama,
vacía ahora,
mientras la memoria se desnuda más y más de su recuerdo
hasta quedar únicamente este dolor que me atravieza con su rabia
y con su angustia,
con su temor,
con su impotencia.
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