Es consabido: los peces nadan al revés, pero unidos por el cinturón de Orión, su charnela de escamas que el agua desvaina. Nadan en la lluvia de tu pleura, uno al sur otro al norte, uno arriba otro abajo, uno hacia las nubes, otro hacia la bruma, izquierda derecha. Corres para reconciliarlos, hacer el elogio de la unisonancia, decir mira el punto medio, el rumbo, el ojo focal.
Respiras con ese sonido de mar. Oyes un tintinear de copas. En cada ojo te florece un ciclamen. Les encuentras a los peces un parecido con los pájaros, en las dorsales, el abrigo de mercurio cuando nadan alto entre los cumulonimbus. El retorcerse grácil de la luz es un mimo de ellos en sus respectivos elementos.
Ah, las lágrimas son pequeñas flores de la mar grande.
Tomado de Si acaso hubiera, Ed. El Cálamo, Guadalajara, México, 2003.
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