La barcarola de Los Cuentos de Hoffmann:
sólo esta melodía quedó en la memoria del viajero
cuando echó a andar sin más finalidad que sacudirse
el tedio de estar vivo.
Luego de recorrido paso a paso
el gran bosque de ciervos que va de Alaska a Punta del Este,
con su bastón de fibra
y con el gran sombrero tejido a ciegas por indios
los dedos iluminados por rayos puros de luna bajo el río,
decidió concentrar su viaje sobre castillos y bellas estatuas,
y emprendió, así, la última etapa de su peregrinar,
que consistía, y consiste todavía porque el viajero
ni ha terminado de andar, ni conoce el cansancio o el sueño-
en ir y volver a pie, incesantemente,
desde Lisboa hasta Varsovia, y desde Varsovia hasta Lisboa,
silbando la Barcarola de Los Cuentos de Hoffmann.
Si alguien le pregunta, él, sin dejar de andar, explica:
Silbar en la oscuridad para vencer el miedo es lo que nos queda.
No creáis que me haya dejado, jamás, distraer por la apariencia
de la luz: desde pequeño supe que la luz no existe, que es
tan sólo uno de los disfraces de las tinieblas,
porque sólo hay tinieblas para el hombre. Silbo en la oscuridad
a ver si de alguna parte acude un perro a socorrerme:
el perro que la Virgen dejaba como guardián de su hijo
cuando ella se iba a su menester de cantante en el coro
de la sinagoga, para alabar a Abraham, a David, a Salomón,
y a todos sus hieráticos parientes de barbas taheñas
y crótalos de marfil, y balidos de corderos sacrificados
cuando la luna se ofrece como arco para enviarle
saetas al corazón del Creador: inútil todo, inútil.
Y el viajero seguía murmurando para sí:
Lleno de miedo pero abroquelado en el castillo
de escucharme silbar, compruebo todos los días
que es sólo noche cerrada e irrompible lo que nos rodea;
percibo el desdén de la Creación por nosotros, la orfandad del planeta
en la siniestra llanura del universo, la soledad
absoluta de este puntito de polvo que tan importante creemos,
pero que es apenas el sucio corpúsculo de mugre
que revuela en la habitación cuando el señorito
se mira al espejo, ciñe su corbata, y displicentemente
sacude con la punta de los dedos
ese poquito de polvo que no sabemos cómo ha llegado hasta allí,
ni qué hace en el medio de su impecable traje.
Voy desde Lisboa a Varsovia,
me apiado otra vez
de la pavorosa soledad de
la tierra en el Cosmos,
acaricio su rostro para aliviarle, quizá, su eterna pena,
y vuelvo desde Varsovia hasta Lisboa, silbando
muy suavemente la Barcarola,
la Barcarola de Los Cuentos de Hoffmann del Tuerto de
Offenbach
una melodía tan tonta e inútil
como el nacimiento de un niño, o como
el descender de un cadáver al castillo iluminado finalmente.
Volver a Gastón Baquero
y soñare con ciudades donde nunca amanece
en la noche eterna donde nadie nace ni perece
allí en la tierra nunca por mi pisada no existe la tristeza ni la alegría
La tierra donde habito esta hoy batida por los vientos
vivimos en una permanente y oscura duda
el hombre golpea el hierro duramente y suda
su fe invencible contra el yunque sin un lamento
Otra tierra donde no haya ni una sola ambulancia
estoy harto de oir las malditas sirenas
y ese ruido que dicen que es música
Hay sobre todo en las acciones mucha petulancia
no sé si hubo alguna vez noches serenas
prefiero los sones afables de la vida rústica
Gracias
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