Visita a la Isabela

Gastón Fernando Deligne

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Habían hecho la jornada
a lo que fue la Isabela,
con la unción del mahometano
que camina hacia la Meca.

Viejo propósito ha sido;
concierto que desde Iberia
formaron, y cumplen hoy
como devota promesa.

Vienen a ver los lugares
en que sus deudos murieron,
bajo el yugo abrumador
de ocupaciones plebeyas.

Caballeros de Castilla,
con disciplina severa,
Colón les puso al trabajo,
y les mató la faena.

Vienen a ver las ruinas,
el leve polvo que resta
de aquella ciudad famosa,
hace diez lustros deshecha.

¡Y ora frente a su perímetro
están, con el alma opresa,
y en silencio que había más
que la mayor elocuencia!

-'!Oh, tú, villa! bautizada
en honor de la gran reina!
¡Oh, ciudad, del Nuevo Mundo
la que fundaron primera!

Llamada a ser de estas Indias
indisputable cabeza,
¡quién te ve, que no se asombra...!
¡quién te ve, que no se apena...!

Eres patrona del vulgo;
de los ociosos conseja;
y te dominan, impunes,
la broza, terrible dueña
de tu asiento, y el lagarto,
monarca de la maleza'.

De altos recuerdos henchida;
subsolada de osamentas
humanas; sin pueblo y triste;
todo ruido adquiere en ella
repercusión alarmante,
sonoridades siniestras.

Los arbustos que a los pies
de ambos hidalgos se quiebran,
emiten chasquido sordo,
chasquido de calaveras.

Zumba un enjambre en las flores;
y el zumbido tenaz, suena
como el roncan melancólico
de alguna gaita gallega.

El airecillo sutil
que se tuerce y culebrea
al pasar entre la fronda,
se plañe, como alma en pena.

O bien, un pájaro-mosca
de un aletazo se aleja.
moviendo un bronco rumor,
tan extraño que consterna.

Hasta el mismo sol ayuda
a la fatídica escena:
entre una nube que pasa
y otra nube que se acerca,
ilumina incierto a ratos;
a ratos su lumbre vela.

De pronto, los peregrinos
abocan una amplia senda;
de corpulentos yagrumos
y jabillas corpulentas
hermosamente sombreada
a una mano y a la opuesta.

Allá en el fondo unos muros
hechos pedazos, blanquean:
son de casas derruidas
de la difunta Isabela.

Y hacia mitad del camino,
de espaldas a los que llegan,
unos doce caballeros
lentamente se pasean.

Van con los negros sombreros
ornados en plumas negras;
los vestidos, enlutados,
y las capas, cenicientas.

Como en una procesión,
discurren en dos hileras
pausados, ceremoniosos,
en silencio, y con cautela.

Es de ver que los estoques
y la oscura vestimenta,
lucen pautados por moda
que hace tiempo no se lleva.

Y en tanto que las pisadas
de los hidalgos son huecas,
las suyas no alzan más ruido
que el que las sombras hicieran.

De súbito se detienen;
las enjutas caras vueltas
a los intrusos; les miran
con insistente fijeza;
taciturna la expresión,
y muy juntadas las cejas.

Saludando los hidalgos
con airosa continencia,
de su sombrero, en las manos,
las pintadas plumas tiemblan.

¡Dios guarde a los caballeros
por largos años! Empresa
sin duda muy semejante
y acomodada a la nuestra,
os traerá por estos sitios,
donde en bravísima época
tales sucesos pasaron
que una larga historia llenan.

Callando se están los doce;
pero en cortés reverencia,
a los chambergos levantan
pausadamente las diestras;

saludan y, al saludar,
¡horror que la sangre hiela!
se vienen con los sombreros
desprendidas las cabezas...!

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Comentarios5
  •  
    Elsy Alpire Vaca Qué poema!!!! simplemente bello. Gracias.
  •  
    Kfeprieto ¡Hermoso e impresionante!
  •  
    Eco Muy bonito poema, de verdad que sí. También es de notar que para los que tenemos una cultura de grandes deficiencias es de gran mérito la lectura de estos poemas que nos abren la puerta al conocimiento de hechos que de otra manera seguirían por siempre ignorados.

    Amigos: los saludo...

    saludan y, al saludar,
    ¡horror que la sangre hiela!
    se vienen con los sombreros
    desprendidas las cabezas...!
  •  
    Rafael Merida Cruz-Lascano Maravilloso poema, me encantò su ritmo.

    Rafael.-
  •  
    El Ángel Solitario hermoso poema, su musicalidad parecida a la de un cantar
    excelente
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