Pocas cosas
más elocuentes que los silencios de las gárgolas,
cuando las noticias meteorológicas
confirman una tendencia imparable
de fatuos relámpagos,
si flamean las rodillas y la lengua demanda peces,
pues no es extraño que sean
otros labios cercanos
quienes cultiven la semilla robada a la noche,
su madurez preinstalada
como voz que rebota por dentro
-aún lectora tardía-,
y sale al paso del trueno
o crece en elasticidad.
El ojo de la aguja.
La mirada de la aguja.
Los belfos del viento por las arcadas.
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