Lo escuchas desde la orilla remotísima
de la lluvia, aunque la piel
estremecida se te levanta en llanto
y las palabras danzan
en el vértigo herido de tu esqueleto.
Lo oyes con los ojos,
como algo antiguo y perenne que es,
por sí sólo,
un sistema válido de correspondencias
entre la calidez de la piedra
y la distancia del sentimiento.
Que a lo mejor son amargas circunstancias,
pero configuran una personalidad compleja.
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