La cruz está en la punta del cerro.
Allí se salvaron, cuentan los viejos,
los pescadores y sus familias
cuando el mar se salió una noche
que el auto esté siempre mirando al cerro
aconsejaba mi abuela cada verano
el mar es traidor, uno nunca sabe.
Los sobrevivientes
cararon en sus hombros una cruz hecha con los maderos
húmedos
de sus casas destruidas
y la colocaron allá arriba, donde el mar no pudo llegar.
Cada lunes subían para dar gracias.
Cada lunes subíamos nosotras después del baño
de la tarde
en caravana
llevando velas blancas
y un palo a modo de bastón
para afirmar nuestros pies en la segunda curva, la más
peligrosa.
Arriba, rezábamos en voz alta un rosario completo
turnándonos los misterios gozosos.
Una vez mi madre
no sé si en agradecimiento a un favor concedido
o implorando un ruego
vistió la cruz con cintas de tafetán celeste:
ya en esa época no sólo se subía para agradecer por la vida
la cruz y el cerro también concedíanf avores
bastaba una promesa: subir todos los lunes que durara
el verano
a la misma hora
año tras año.
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