De la inmortalidad del cangrejo

Gonzalo Osses – Vilches

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A mi padre


Me encontré de repente, casi sin darme cuenta
por el viejo y nunca terminado camino de los recuerdos.
Recuerdos que alguna vez fueron pasos en mis zapatos;
ilusiones en mi alma, lágrimas en mis ojos.
Recuerdos que son sonrisas de niño,
esas mismas que uno siempre extraña por lo cristalinas
y por la inexplicable tibieza que las engendró,
quién sabe a través de qué misteriosos detalles.

Y cuando recordé me reencontré con tu imagen.
Noté la caricia de tu presencia en el aire,
el aroma siempre joven de tus días y sonreí,
deseé hablarte a través de este manto de distancias,
o acariciarte de manera sencilla; casi tímida.

Porque de todos los hombres que he amado, has sido el más perfecto.
Porque a veces las palabras se muestran impotentes o mudas
ante el empuje de nuestra difusa humanidad.
Y ¿sabes? ... porque además es tu día, papá,
el día de los viejos macanudos con sabor a padres.

Sí , ya sé.
Sé que estamos lejos, ¡pero si es lo mismo!
¿No entiendes? Lo mismo...
porque siempre te veo majestuoso como el amanecer
que nos despierta orgulloso de poder ofrecernos su sol.
Y le digo, y te digo ¡Buen día!,
pero también digo, ¡viejo, te quiero!

¿Ves?, ya iniciamos nuevamente el diálogo.
Tírame un salvavidas (por favor) ... y después ¡rememos juntos!
agarra tu guitarra y cantemos: inventa una melodía, yo pongo la letra.

Tú y yo pateando a dúo la distancia caprichosa de dos ciudades distintas.
Tómate un trago, viejo. La distancia... ¡La distancia es una mentira!
y hablemos de lo que sea, de ti, de mí, del clima...
mejor aún, ¡hablemos de la inmortalidad del Cangrejo!
Total... La locura, esta noche, corre por mi cuenta.

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