El día que me mate,
los trenes llevarán minutos de retraso,
el tiempo justo para recoger mi cuerpo de las vías.
Y la ciudad se abrirá, desvencijada y pujante,
sobre la olvidad trocha de sus tranvías.
No sé qué rumor acunó mi amor por sus veredas,
pero es como si fuera ayer que mi viejo la narró tal como era.
Me gustaría saber que se dijera: aquí nació, vivió y murió.
Fue parte de la felicidad, fue infinito de alegrías,
no tuvo miedo de saber y de saberlo jamás lo aprendió;
ni por un segundo dijo atrás siquiera para no retroceder.
Sólo unas pocas palabras para despedir lo hecho.
estas simples reflexiones serán suficientes para la soledad de mi ego.
Y después...
una agonía de hoy en adelante.
Y al final...
una caricia al sol que nunca dejará de ponerse.
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