¡Jehovah! ¡Jehovah, tu cólera me agobia!
¿Por qué la copa del martirio llenas?
Cansado está mi corazón de penas.
Basta, basta, Señor.
Hierve incendiada por el sol de Cuba
mi sangre toda y de cansancio expiro,
busco la noche, y en el lecho aspiro
fuego devorador.
¡Ay, la fatiga me adormece en vano!
Hondo sopor de mi alma se apodera
¡y siéntanse a mi pobre cabecera
la miseria, el dolor!
Roncos gemidos que mi pecho lanza
tristes heraldos son de mis pesares,
y a mi mente descienden a millares
fantasmas de terror.
¡Es terrible tu cólera, terrible!
Jehovah, suspende tu venganza fiera
o dame fuerzas, oh Señor, siquiera
para tanto sufrir.
Incierta vaga mi extraviada mente,
busco y no encuentro la perdida ruta,
sólo descubro tenebrosa gruta
donde acaba el vivir.
Yo sé, Señor, que existes, que eres justo,
que está a tu vista el libro del destino,
y que vigilas el triunfal camino
del hombre pecador.
Era tu voz la que en el mar tronaba
al ocultarse el sol en occidente,
cuando una ola rodaba tristemente
con extraño fragor.
Era tu voz y la escuché temblando.
Calmóse un tanto mi tenaz dolencia
y adoré tu divina omnipotencia
como cristiano fiel.
¡Ay, tú me ves, Señor! Mi triste pecho
cual moribunda lámpara vacila,
y en él la suerte sin cesar destila
una gota de hiel.
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