Tomo la miel y duermo
y el pesado párpado en llamas
no cesa de mirar el mundo.
Qué decir de la ciudad,
sus espacios baldíos.
Las luces carburantes de los anuncios
rozan las nubes,
el sabor crispado de unas tardes de muladar,
el círculo enrejillado
de una plaza gris.
Mientras duermo:
el incierto amor
y el demonio que en la soledad me acecha,
han trillado el olor de una casa en ruinas.
Ese era el mapa que me había hecho
de esmaltadas claridades.
Estoy frente al laberinto
del gran desconsuelo
y un peso de enorme frío
me abraza.
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