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Olga Orozco
La cartomancia
Oye ladrar los perros que indagan el linaje de las
sombras,
óyelos desgarrar la tela del presagio.
Escucha. Alguien avanza
y las maderas crujen debajo de tus pies como si
huyeras sin cesar y sin cesar llegaras.
Tú sellaste las puertas con tu nombre inscripto en
las cenizas de ayer y de mañana.
Pero alguien ha llegado.
Y otros rostros te soplan el rostro en los espejos
donde ya no eres más que una bujía desgarrada,
una luna invadida debajo de las aguas por triunfos y
combates,
por helechos.
Aquí está lo que es,lo que fue, lo que vendrá, lo que
puede venir.
Siete respuestas tienes para siete preguntas.
Lo atestigua tu carta que es el signo del Mundo:
a tu derecha el Ángel,
a tu izquierda el Demonio.
¿Quién llama?, ¿pero quién llama desde tu
nacimiento hasta tu muerte
con una llave rota, con un anillo que hace años fue
enterrado?
¿Quiénes planean sobre sus propios pasos como
una bandada de aves?
Las Estrellas alumbran el cielo del enigma.
Mas lo que quieres ver no puede ser mirado cara
a cara
porque su luz es de otro reino.
Y aún no es su hora. Y habrá tiempo.
Vale más descifrar el nombre de quien entra.
Su carta es la del Loco, con su paciente red de cazar
mariposas.
Es el huésped de siempre.
Es el alucinado Emperador del mundo que te habita.
No preguntes quién es. Tú lo conoces
porque tú lo has buscado bajo todas las piedras y
en todos los abismos
y habéis velado juntos el puro advenimiento del milagro:
un poema en que todo fuera ese todo y tú
-algo más que ese todo-.
Pero nada ha llegado.
Nada que fuera más que estos mismos estériles
vocablos.
Y acaso sea tarde.
Veamos quién se sienta.
La que está envuelta en lienzos y grazna mientras
hila deshilando su sábana
tiene por corazón la mariposa negra.
Pero tu vida es larga y su acorde se quebrará muy
lejos.
Lo leo en las arenas de la Luna donde está escrito
el viaje,
donde está dibujada la casa en que te hundes como
una estría pálida
en la noche tejida con grandes telarañas por tu
Muerte hilandera.
Mas cuídate del agua, del amor y del fuego.
Cuídate del amor que es quien se queda.
Para hoy, para mañana, para después de mañana.
Cuídate porque brilla con un brillo de lágrimas y
espadas.
Su gloria es la del Sol, tanto como sus furias y su
orgullo.
Pero jamás conocerás la paz,
porque tu Fuerza es fuerza de tormentas y la Templanza llora de cara contra el muro.
No dormirás del lado de la dicha,
porque en todos tus pasos hay un borde de luto
que presagia el crimen o el adiós,
y el Ahorcado me anuncia la pavorosa noche
que te fue destinada.
¿Quieres saber quién te ama?
El que sale a mi encuentro viene desde tu propio
corazón.
Brillan sobre su rostro las máscaras de arcilla y corre
bajo su piel la palidez de todo solitario.
Vino para vivir en una sola vida un cortejo de vidas
y de muertes.
Vino para aprender los caballos, los árboles, las piedras,
y se quedó llorando sobre cada vergüenza.
Tú levantaste el muro que lo ampara, pero fue sin
querer la Torre que lo encierra:
una prisión de seda donde el amor hace sonar sus
llaves de insobornable carcelero.
En tanto el Carro aguarda la señal de partir:la
aparición del día vestido de Ermitaño.
Pero no es tiempo aún de convertir la sangre en
piedra de memoria.
Aún estáis tendidos en la constelación de los
Amantes,
ese río de fuego que pasa devorando la cintura del
tiempo que os devora,
y me atrevo a decir que ambos pertenecéis a una
raza de náufragos que se hunden sin salvación y
sin consuelo.
Cúbrete ahora con la coraza del poder o del perdón,
como si no temieras,
porque voy a mostrarte quién te odia.
¿No escuchas ya batir su corazón como un ala sombría?
¿No la miras conmigo llegar con un puñal de
escarcha a tu costado?
Ella, la Emperatriz de tus moradas rotas,
la que funde tu imagen en la cera para los sacrificios,
la que sepulta la torcaza en tinieblas para entenebrecer el aire de tu casa,
la que traba tus pasos con ramas de árbol muerto,
con uñas en menguante, con palabras.
No fue siempre la misma, pero quienquiera que sea
es ella misma,
pues su poder no es otro que el ser otra que tú.
Tal es su sortilegio.
Y aunque el Cubiletero haga rodar los dados sobre
la mesa del destino,
y tu enemiga anude por tres veces tu nombre en el
cáñamo adverso,
hay por lo menos cinco que sabemos que la partida
es vana,
que su triunfo no es triunfo
sino tan sólo un cetro de infortunio que le confiere el
Rey deshabitado,
un osario de sueños donde vaga el fantasma del amor que no muere.
Vas a quedarte a oscuras, vas a quedarte a solas.
Vas a quedarte en la intemperie de tu pecho para
que hiera quien te mata.
No invoques la Justicia. En su trono desierto se asi-
ló la serpiente.
No trates de encontrar tu talismán de huesos de
pescado,
porque es mucha la noche y muchos tus verdugos.
Su púrpura ha enturbiado tus umbrales desde el ama-
necer
y han marcado en tu puerta los tres signos aciagos
con espadas, con oros y con bastos.
Dentro de un círculo de espadas te encerró la crueldad.
Con dos discos de oro te aniquiló el engaño de
párpados de escamas.
La violencia trazó con su vara de bastos un relámpago
azul en tu garganta.
Y entre todos tendieron para ti la estera de las ascuas.
He aquí que los Reyes han llegado.
Vienen para cumplir la profecía.
Vienen para habitar las tres sombras de muerte
que escoltarán tu muerte
hasta que cese de girar la Rueda del Destino.