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Pedro Geoffroy Rivas
Vida, pasión y muerte del anti-hombre
Nascencia en el paisaje igual a siempre y olvidado siempre,
Incierto, de cenizas amarillas y dulces,
Idéntico a sí mismo desde hace quién sabe cuántos vagos y ardorosos milenios,
Ecuación desmedida en el preciso instante en que el grito y la sangre se confunden,
Allá
Cuando mi madre era más bella entonces
Que todos los huertos frutecidos en el sueño con hambre de los hombres.
Milagrosamente,
Mi corazón de nube desató sus silencios
Y mis ojos con nidos donde van y vienen mariposas y velas,
Estremecieron la luz al deshojar la planta sin nombre de un recuerdo.
Entonces fue,
En lo más hondo de su tierra,
Entre limos de angustia, despiadados torrentes y lejanos misterios,
En vuelcos trascendentes desahogando sus ríos,
La renuncia fatal,
La escisión fragorosa que se quedó entre los dos como un secreto
Como si alguien nos arrancase un sueño de repente
Y el socavón oscuro quedara empapelado de tristeza.
Con un afán de árboles,
Ella desenterró sus muertos para esta mi vida en que culminan diez millones de vidas,
Crucificó su sombra en el corte de todos los caminos para mi anhelo alzado y sin fronteras
Y nutrió mis raíces en el hueco de una vieja nostalgia de ojos madrugados.
Y fui yo solo entonces a taladrar mi brecha,
Prolongando un dolor que me llegaba nadie sabe de dónde,
A llenar mi destino de ser apenas un jalón en el sueño,
A pulir mi diamante, a descubrir mi pozo,
A levantar muy alto unas cuantas banderas de alegría.