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Roberto Obreg�n
La piedrecita
Las palabras, al tocarlas al aire,
crecen como las terneras.
Con los años maduran y se ahondan
y también pueden nacer muertas.
Según.
La palabra nos revela
la consistencia del espíritu.
Es una cosa delicadísima,
en boca del mentiroso
pone al desnudo el hueso
de un alma ingrata.
La palabra puede servir de bumerang,
de trampa, de alfiler, de escondite,
de lanza con unta remojada en veneno.
Depende.
La palabra, igual que la energía atómica,
en buenas manos es la salvación
y es perdición en una oscura conciencia.
Al impancto de la palabra
puede derrumbarse un ídolo de multitudes.
Los tiranos le temen
y el culpable prefiere no usarla.
Como monedas echamos las palabras
en la mente del niño
para que con el tiempo
su pensamiento sea un tesoro.
La palabra es la prenda más íntima
que entregamos a la mujer
para que nos crea, se confíe a nosotros.
Si se udre es señal de que mentimos.
La palabra humeda, vital como la tierra,
murmurada a ras del silencio,
bien puede ser ungüento libidinoso,
o el lazo de un complot que urge a la nación.
Cierto. No sólo de pan vive el hombre.
La palabra también sustenta,
siendo lo que es:
producto de mis manos, de las tuyas.
¡Y no hay tales!