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Rodolfo H�sler
Omphalos
I
El alba me sorprende leyendo a Thomas Hardy
en un camino libérrimo trazado en la imaginación
donde gozoso te busco en dirección al cielo,
masticando cálidos nenúfares, cálidas flores de ciruelo,
las turquesas derramadas en tus brazos,
tu placer, tu costado,
el estío que transcurre lento
para incendiar la sangre del modo más voraz.
II
Once ocas inmortales en el recinto de la magia,
once vasos canopes,
sombrío habitáculo como turbador tulipán mojado
donde pasa la línea divisoria de la oblación,
los días adecuados para vestirme de negro
y elevar una oración al cielo,
en completa devoción,
y arreglar la cama para acostar al joven
muerto.
III
El jefe de ceremonias da instrucciones a los jóvenes armados
que le escoltan en la larga y solitaria ascensión.
El manto de rico brocado cayó hacia atrás
dejando al descubierto las clavículas y parte de las costillas muertas. Desgraciadamente el rostro se ha perdido para siempre,
pero los labios limpiamente dibujados y la barbilla llena de fuerza
denotan que fue dueño de un carácter orgulloso y decidido.