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Omar Garc�a Ram�rez
Grande y oblicua la corazonada
Grande y oblicua la corazonada,
una flecha de basalto que se encarna
sobre la floreciente plenitud del silencio.
Cuchillada de ceniza
en la cara de una ciudad que se va diluyendo,
adentro, en su bruma de invierno.
Solo queda la huella de la mano que arañaba contra el cristal empañado,
la herida negra que no duele,
adentro sí, y abajo, ...solo un poco de frío
en el prepucio del alma.
Pasan los personajes de la madrugada envueltos en sus atuendos de lanas protectoras,
bufandas de crisálidas nerviosas.
Sus sonrisas,
escaparates
de dentistas en invierno.
Así congeladas las manos,
dormido el arbolito,
como si un hielo druida congelara el corazón,
/ las dos bolas, el tuétano.
Alguien dijo que estábamos en guerra... ¿Desde cuándo?.
¿Ya no se firmó un armisticio? ... ¡Ah! es otra guerra...
Es otra señal,...
Era un veneno de polvo rojizo en las trincheras...Yo recuerdo... Me parece recordar dijo el viejo asomándose detrás de la oreja, brotando como un espectro mueco, desde una ventana parietal, casi olvidada.
Yo recuerdo... El veneno rojizo de las trincheras revolviéndose contra la sangre,
el pesado casco perforado y el muchacho loco que corría caballos eléctricos,
sobre unas alambradas de metal negro...
Solo teníamos
ripio de café y pan negro...
Yo no sé, si fue primero ese muerto, al que recuerdo.... Alguien dice: Estamos en guerra...
De una espada, de un escudo de luna se derrumba una cabeza que da vueltas sobre el lomo de la gran bestia.
Desde un caballo de madera,
/unos barcos con velas incendiadas
y guerreros con cascos de bronce
y penachos de crines de caballos negros.
Luego, siglos más tarde,
el grito y la bomba venían de otras latitudes, fueron traídos en barcos,
sí en barquitos de maderas mediterráneas
que no se hundieron porque eran conducidos por buenos y valientes marineros.
Hasta estas tierras, el sable y el arcabuz,
luego el cañón y la metralla.
Muchas calaveras de niños indios, así dormidos como fetos, como si guardasen flores disecadas de los Andes...
Con sus cabellos negros, lacios y brillantes, y mandíbulas de comedores de maíz y de guatín.
Así desde la orilla del barro genésico, hasta el ánfora de dureza musical, se sigue la pista de esta guerra. Su caminito de no me olvides. Su cosecha de vasijas de barro con huesos apretados.
Que ya venía la muy ingrata, que tenía amores en la lejana Europa, y ya eran muchos los degollados y se hacían invasiones y luego grandes homenajes con lanzas de breda y vino españoles.
Luego cambió de carruaje y le dio por volar (una barca empotrada en el lomo de la gran sardina) y en dejar caer bombas
unas más pequeñitas que otras,
bombas que caían sobre caballos grises,
y niñas que alumbraban con una vela temblorosa entre los subterráneos y las ruinas.
La mujer se arranca los cabellos de dolor,
una mano amputada
arácnea sobre el barro.
Así de papel, de plano, fotocopiada, así como de conferencia... Así como impresa en los periódicos grises no da ni miedo.
En cromáticas gestas, en libros de aventuras y batallas memorables de generales heroicos y soldados resueltos, como que parece natural, como que le dan a uno ganas de salirle adelante al paso, pero sigue derecho y ni saluda; y tritura si uno no se mueve. Mejor dicho ella sí se mueve, pero sin piernas,
sobre muletas. Mendigo sobre una silla de ruedas de oruga, y de su gigantesco culo florece una trompeta de cobre oxidado.
Así en películas en blanco y negro casi ni se siente, es un murmullo de cafetería o de taberna, la apreciación de un director, por un grupito de jóvenes que hablan de la matanza de celuloide en cenáculo de su cine-club.
Pero ya está en la calle, tocándote los huesos,
ya mordiéndote en el paseo del fuego,
ya mirándote con los ojos de los desplazados,
carbones negros que brillan bajo el frío de la lluvia.
La perra sarnosa de la época;
ella, la guerra, viene dando plomo,
prendiendo fuego y aullando
bebiendo sangre en grandes dosis y con reverberación
de fanática-frenética-lunática.
No tiene arreglo, la viciosa está dentro,
muy adentro
del plasma,
como una maromera de la sangre,
que se hace invitar a la fiesta del circo
y luego saca su facón.
La rompe-vísceras
la muy rompe-corazones,
la muy innoble, la muy cerda,
la meretriz emperatriz
la muy indigna
y
lujuriosa guerra.