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Pedro Luis Men�ndez
Segundo canto de la ciudad
Oh tú que das vuelta a la rueda y miras a barlovento.
T.S. Eliot
Más allá de la torre que siempre se agrietaba
ante tantos impulsos tan diversos
carne de ciudades leídas una a una
Jerusalén Lisboa Alejandría París
Contra los muros de Jericó
se debaten los muchachos
en manos de la esperanza
pero nada permanece ni siquiera
se transforma en el año ochenta y cuatro
llegado de otro ayer huido al cielo
vergonzoso
sin tierra El agua muerta
cuando desafiaba al último ácido puro
para no sobrevivir sino en el cuenco
de unas manos
inútiles
Preciosa insensatez de la belleza
ruido
poderoso demoliendo un vacío de amapolas
junto al jardín de los tigres no besaré
a Teseo ni cantaré
del pámpano su alegría de abril
porque ya el gesto se oculta en los rincones
malditos
la carta sin derrota se oculta
en la madera de una cámara muda
cerrada a los principios
Navegación fallida en los meandros azules
que un nuevo ser gobierna
precisión de la máquina
justicia de lo eléctrico que se abandona
al acto mecánico del rito
como una tonelada de residuos mortales
llegados de occidente
para morir sin paz al nuevo orden
Hijos de Saddai
reconfortaos
con mi palabra duna en el desierto
movediza inconstancia del sentido
destino cruel en llagas de la noche
no volverán los dioses a habitar vuestra sangre
de tibieza
gemidos ya del último silencio
última Thule
ruego de la vida
Con el viento de agosto arrancarás
el velo blanquísimo del grito
y quedaré
después del exterminio
llorando en sombra ruinas del naufragio
la vela rota de los desconsuelos
aquel adiós y el lirio de una nube
el cerrado trovar de la memoria
sin otra fe
que un ámbito desnudo
la arquitectura cálida del sueño
el simulacro del sueño cincelado
en ardientes madrugadas
hoy lacias de vapor
En aquel tiempo crecían
diremos
las batallas del hombre
los combates sin duelo hasta la nada
el genocidio innumerable
sacralmente temido
por los árboles tensos
por las enredaderas caídas y sin vientre
Volcanes de una lucha derramada
constantemente en ciernes
de un ocaso certero
Vertiginosas almas de aluvión
sinceridades
tristes de fatiga en la duda
no admirarán la boca de un abrazo feliz
ni el resplandor antiguo de una noche estrellada
mas vagarán errantes
por el espacio absurdo de un planeta
acabado
y yo ya no estaré
mientras el abanico de la luz se derrama
no estarán ni tus ojos ni tu asombro
sobre la hilera firme
de los fríos cadáveres
no habrá nadie detrás
carne de ciudades leídas una a una
más allá de la tierra y de los edificios
más allá de esta vida
preciosa insensatez de la belleza
navegación fallida
destino cruel más allá no habrá nadie
simulacro del sueño entra en lo eterno
más allá.