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Javier Alvarado




Vuelta a la Tstatieva



Me cuenta un biógrafo que a través de un resabio de cristal
Pudo visitar Rusia y tertuliar un rato
Con Marina Tstatieva. Ella lo recibió con su rostro de hambre
Y el vestido raído y con el vaso de agua desbordado por la vendimia de los años
Y le brindó rodajas de salmón desesperadamente
Después de haber tomado
El vaho del día y las temibles noticias, de deudas
Muertes y encarcelamientos de vecinos y seres queridos.
El salmón –eso me cuenta- fue un regalo de Pasternak
Desde muy lejos, desde su cabaña donde podía ver el sol
Y el hielo que copulaba entre el aire y las cordilleras
De un marasmo, casi mortal, y donde los días solían ser espléndidos
Antes de la guerra y de las persecuciones
Y donde ella afirmaba que si hubiese conocido a Blok ella lo hubiese salvado
De la muerte, de ese miserable designio que arranca
De la fertilidad o la esterilidad a los poetas
Y que afiebrada prosiguió a leerle algunos versos
Oh MUSA DEL LLANTO, las más bellas de las musas
Y de ahí en adelante todo fue blanco y todo fue borrasca,
Un aguijón de estrellas para beber el café mugriento
Los panes quemados, las raciones lamentables para la apetencia
Y siguió leyendo hasta tomar un poco la costura
Dejada al descuido sobre el tiempo
Y afuera los caballos galopaban tratando de rumiar la libertad del horizonte
Las esquirlas intocables de las praderas afiebradas
El bastón de ébano que tendían los magos a la tertulia insaciable
Como un acertijo de bastos para la ausencia de los tropos
Que nos hacían caer verticalmente por un río
De espesa niebla, eso lo pintaron después algunos caricaturistas
Con sus tintas esclavas, aumentándole luego un par de historias
De romance o de preguntas que nos tocan el labio o el pececito de la espalda.
Hasta en las cenizas, nos sublevaríamos en rosa o en poema.
Y el biógrafo (que no conozco) y ella
Empezaron a atravesar la vasta noche
Que era como un solsticio
O como un páramo
Donde habitaban las especies desterradas
De ese imperio anterior, a lo que sucumbe
Y no da paso a la vida, tan movida para los que intentan
Cruzar la alambrada de la imposibilidad;
Ella, paloma de tierra, atadas las alas, cacofónicamente
Solía ir hacia las praderas y dejar poemas de protesta
En las ventanas, en los ofertorios del triunfo
En la ceniza,
La agilidad mental de su cuerpo
Que se balanceaba por las calles
Y eso era como ser miembro de la joven guardia
Cuando los himnos de la guerra
Eran audibles en todas las esquinas
Y la nieve era más mortal
Como el invierno en las entrañas
-Carcomiendo-
Todo recuerdo hermoso
Para volver cadáver
A las primaveras recolectadas en el cesto
Donde seguro nacerá un poema,
Una rama vertical de oro sobre el asombro.