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Ezequiel Mart�nez Estrada




TEJES

Tejes. Callamos. Yo leo,
que es mi modo de tejer.
La casa empieza a tener
frialdad de mausoleo.

-Hace frío.
-Sí; hace frío.
-Pon otro poco de leña.
En el cuadro un árbol sueña
y frente a él corre un río.

-Rafael no viene más.
-Ya no viene más Irene.
-¿Y Dora?
-¿Y Pedro?
-¿Y Tomás?
-Ya ninguno de ellos viene.

Además, ¡cuántos se han ido
por éste o aquel sendero!
Otros nacieron, pero
también los hemos perdido.

Transcurren unos minutos
en una quietud tan pura
que el tejido y la lectura
son perfectos y absolutos.

-¿Oyes? Salen de la escuela
los chicos.
-Pues, ¿qué hora es?
Hablan y cantan. Después
sólo queda una estela.

-¿Han llamado?
-Sí, han llamado.
Nadie ha llamado a la puerta.
Está la calle desierta
como un camino olvidado.

El reloj marca una hora
cualquiera en la eternidad.
Esta sí es la soledad.
Nunca la sentí hasta ahora.

-Es tarde.
-Es tarde.
Cerramos
la llave de luz. Salimos.
-Hasta luego.
Y nos dormimos.
Y después despertamos.