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Antonio Cisneros
Una muerte del niño Jesús
No he prendido el lamparín de kerosene desde hace cuatro noches.
Mis ojos sin embargo están clavados en la mecha reseca.
Ciego ante las tinieblas como es ciega la polilla ante la luz.
Mis ojos de carnero degollado. Pobre mierda: lechuza de las dunas.
Y sé que el Niño no premia ni castiga. Aquí no hay Dios.
Y sé que hay luna llena pues me duelen las plantas de los pies.
Luna que en un par de horas ya será más oscura que este cielo.
Y Aguas y vientos color de uva rosada.
Y los devotos entonces a la mar -por unos pocos peces.
Y las devotas entonces a los campos -por unos pocos higos.
Tanta vaina carajo. El gallo enterró el pico.
Un mar de cochayuyos y malaguas y un arenal de mierda.
Somos hijos de los hijos de la sal.
No haré un huerto florido en esta tumba. A Mala iré,
por fiar mangos verdes y maduros y una torre de plátanos.
Después
por mi negocio iré. Todo a Lima, compadre, a Lima iré.
El Niño está bien muerto. El aire apesta.
Clavo la puerta.
Entierro la atarraya.
Enciendo el lamparín.