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Armando Rubio Huidobro
Biografía anónima
Soy un oscuro ciudadano
abandonado en medio de las calles
por el cuchillo sin pan del mediodía,
despojado y marchito
como el reloj de las iglesias,
sin otro oficio que vagar entre disfraces.
Soy el familiar venido a menos,
enraizado a las tabernas
y a la complicidad del bandolero.
Mi voz naufraga en los cristales de las tiendas,
y he perdido la vista en los periódicos,
pero tengo los pies bien puestos sobre la tierra
y una almohada que vuela por los hospitales
y por los dormitorios del oscuro hogar de nadie.
Tengo una celda amable en las comisarías,
y suelo bailar a hurtadillas bajo la noche
con mi camisa blanca
y mi corbata deshojada.
Soy un oscuro ciudadano
extraviado por el mundo:
voy cogiendo colillas de cigarros,
y canto en los tranvías,
y me peino hacia atrás, valientemente,
para mostrar mi noble frente anónima
en los baños públicos y en los circos de mi barrio.
Soy un oscuro habitante; no soy nadie;
en nada me distingo de algún otro ciudadano;
tengo abuelas y parientes que se han ido
y una espalda ancha que socava
la pared amiga de las cervecerías.
Soy una ola entre todas las olas,
una ola que se levanta
a las seis de la mañana
porque ya no puede
oler el polvo de su casa,
una ola que se alza, alborozada
hacia las playas
para un retorno interminable al centro de las cosas
donde las olas todas
se empujan mutuamente
estériles y solas.
Porque yo no soy digno de mi semen,
Señor, yo no soy nadie;
estoy en medio de las calles
girando como un organillero
con mi camisa gastada, inamovible,
mirándome la punta del zapato
por si alguien quiere darme
una moneda que no quiero,
aunque nadie me ha visto pasar
esta tarde ni nunca,
porque nunca soy alguien,
ni siquiera un oscuro ciudadano
resucitado por el hambre.
Mi voz ha muerto en los cristales de las tiendas,
y tengo una espuma de mar aquí en la boca, ebrio,
porque soy una ola entre todas las olas,
que viene a morir en esta arena de miseria
decentemente con su traje de franela
y su ciega corbata
como buen hombre que era.
Fui un oscuro ciudadano,
Señor, no lo divulgues,
cesante, ¡sí!
Hasta aquí llegó la vida,
pero recuerda al fin:
yo nunca pedí nada
porque tuve camisa blanca.