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Carlos Marzal
La historia
In memorian Rosa Casal
Junto a un apeadero de tren, ya fuera de servicio.
Bajo el inmisericorde sol, un verano cualquiera,
un corro de muchachos apalean a un perro
y apuestan por saber cuál será el golpe
con que el juego concluya. Cuando desaparecen,
aburridos,
el perro, que se traga su sangre, aún consigue arrastrarse
hasta la sombra, y allí queda tendido, sobre la vía muerta.
En la imposible noche de un pabellónde enfermos,
la oscuridad ya sólo un dolor cómplice,
alguien, sin salir de su asombro, pasa recuento al mundo,
imagina la vida fuera de esas paredes, no comprende
que la música, el amor y la lluvia le hayan acontecido
a su cuerpo de hoy día. Y mientras tanto, fiel,
al gotear del suero mide el tiempo.
Sobre el puente de piedra de una ciudad extraña,
cuando el alba se acerca desafecta,
una mujer invoca sus íntimos fantasmas,
que son, uno tras otro, el mapa de la vida.
(Entretanto, y hacia ninguna parte, el agua fluye oscura).
Supo posible la breve recompensa de la dicha,
y hoy pueden más el tedio y el cansancio.
Más tarde el agua lleva, indiferente, un cuerpo.
Y la ciudad lo ignora.
Todas estas escenas son mis contemporáneas.
Tal vez alguien advierta una razón final
que logre atribuirles un sentido.
Yo no acierto a encontrarla.
Antes bien, me parecen delirios estériles
de un contumaz borracho que sueña nuestras vidas.