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Carmen Gonzalez Huguet
Cantos de la confrontación (III)
Ay, los de siempre
habrán de repetir hasta la saciedad aquello
de que toda debilidad
tiene en nosotras su morada.
No creas una palabra.
Nadie le otorgaría
la pesada contienda que libramos contra la muerte
a manos menos diestras,
a cuerpos menos fuertes,
a mentes menos claras.
Somos las que libramos al futuro
de la aniquilación total y del abismo.
Por nosotras
la historia sigue el curso y las estirpes
desmienten el naufragio.
Pero, además, la vida
nunca yerra su curso,
ni en sus sabias razones se equivoca.
Nadie tiene derecho a despreciarnos,
ni a definirnos un destino
por la tormenta que nos bulle
debajo de la piel,
ni a reducirnos
a repetir sin pausa
los cabellos de Circe,
la belleza de Helena,
la esclavitud largamente elogiada de Penélope
o el destino de Juana,
muerta en la hoguera
por defender un reino que era ajeno.
Condenadas a una fertilidad de piel y sangre
¿nadie gritó en el día de la mutilación?
¿Es porque la otra herida
no sangra que han creído
que no fuimos castradas?
No busquen en el himen
la mancha del oprobio.
El alma nunca sangra
y el espíritu herido
deja el vestido intacto.
En blancos algodones,
envuelta en el sudario
de la resignación, no puede
la conciencia gritar su descontento.
Engordaron la víctima, cebaron
a la bella borrega del festín.
Ahora, cuando a veces
nos quisieran pensantes
los inconsecuentes de siempre,
por Dios, ¿de qué se quejan?