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Clarinda
Discurso en loor de la poesía (II)
Seguía su soberbia el arrogante,
amaba la crueldad el sanguinoso,
y el avariento el oro rutilante.
Era Dios la lujuria del vicioso,
adoraba el ladrón en la rapiña,
y al honor daba incienso el ambicioso.
No habría deidad ni ley divina,
si no era el propio gusto y apetito,
por carecer de ciencias y doctrina.
Mas el eterno Dios incircunscrito,
por las causas que al hombre son secretas,
fue reparando abuso tan maldito.
Dio al mundo (indigno de esto) los poetas
a los cuales filósofos llamaron,
sus vidas estimando por perfectas.
Estos fueron aquellos que enseñaron
las cosas celestiales, y la alteza
de Dios por las criaturas rastrearon:
Éstos mostraron de naturaleza
los secretos; juntaron a las gentes
en pueblos, y fundaron la nobleza.
Las virtudes morales excelentes
pusieron en precepto; y el lenguaje
limaron con sus metros eminentes.
La brutal vida, aquel vivir salvaje
domesticaron, siendo el fundamento
de policía en el contrato y traje.
De esto tuvo principio y argumento
decir que Orfeo con su voz mudaba
los árboles y peñas de su asiento;
mostrando que los versos que cantaba,
fuerza tenían de mover los pechos
más fieros que las fieras que amansaba.
Conoció el mundo en breve los provechos
de este arte celestial de la Poesía,
viendo los vicios con su luz deshechos,
Creció su honor, y la virtud crecía
en ellos, así el nombre de poeta
casi con el de Jove competía.
Porque este ilustre nombre se interpreta
hacedor, por hacer con artificio
nuestra imperfecta vida más perfecta;
Y así el que fuere dado a todo vicio
Poeta no será, pues su instinto
es deleitar, y doctrinar su oficio.
¿Qué puede doctrinar un disoluto?
¿Qué pueden deleitar torpes razones?
pues solo esta el deleite do está el fruto.
Tratemos, Musa, de las opiniones
que del poema angélico tuvieron
las griegas y romúlidas naciones.
Las cuales como sabias entendieron
ser arte de los cielos descendida,
y así a su Apolo dios la atribuyeron.
Fue en aquel siglo en gran honor tenida,
y como don divino venerada,
y de muy poca gente merecida.
Fue en montes consagrados colocada,
en Helicón, en Pimpla y en Parnaso,
donde a las Musas dieron la morada.
Fingieron que si al hombre con su vaso
no infundían el metro, era imposible
en la poesía dar un solo paso.
Porque aunque sea verdad que nos es factible
alcanzarse por arte lo que es vena,
la vena sin el arte es irrisible.
Oíd a Cicerón cómo resuena
con elocuente trompa en alabanza
de la gran dignidad de la Camena.
El buen poeta (dice Tulio) alcanza
espíritu divino, y lo que asombra
es darle con los dioses semejanza.
Dice que el nombre de poeta es sombra,
y tipo de deidad santa y secreta;
y que Ennio a los poetas santos nombra.
Aristóteles diga qué es poeta:
Plinio, Estrabón, y díganoslo Roma,
pues da al poeta nombre de profeta.
Corona de laurel, como al que doma
bárbaras gentes, Roma concedía
a los que en verso honraban su idioma,
dábala al vencedor porque vencía
y dábala al poeta artificioso
porque a vencer, cantando, persuadía.
¡Oh tiempo veces mil y mil dichoso
-digo dichoso en esto-, pues que fuiste
en el arte de Apolo tan famoso!
¡Cuán bien sus excelencias conociste,
con cuánto acatamiento la estimaste,
en qué punto y quilate la pusiste!
A los doctos poetas sublimaste,
y a los que fueron más inferiores
en el olvido eterno sepultaste,
de monarcas, de reyes, de señores,
sujetaste los cetros y coronas
el arte, la mayor de las mayores.
Y siendo aquesto así, ¿por qué abandonas
ahora a la que entonces diste el lauro,
y levantaste allá sobre las zonas?
Del Nilo al Betis, del Polaco al Mauro
hiciste le pagasen el tributo
y la encumbraste sobre Ariete y Tauro.
A Julio César vimos (por quien luto
se puso Venus, siendo muerto a manos
del Bruto en nombre, y en los hechos bruto.
En cuánta estima tuvo el soberano
metrificar, pues de la negra llama
libró a Marón, el Docto Mantuano.
Y en honor de Calíope su dama
escribió el mismo la sentencia en verso,
por quien vive la Eneida y tiene fama.
Y el Macedonio que del universo
ganó tan grande parte, sin que agüero
le fuese en algo a su opinión adverso;
no contento con verse en sumo imperio,
del hijo de Peleo la memoria
envidió, suspirando por Homero.
No tuvo envidia del valor y gloria
del griego Aquiles, mas de que alcanzase
un tal poeta y una tal historia;
Considerando que aunque sujetase
un mundo y mundos, era todo nada,
sin un Homero que lo celebrase.
La Ilíada, su dulce enamorada,
en paz, en guerra, entre el calor o el frío
le servía de espejo y de almohada.
Presentáronle un cofre en que Darío
guardaba sus ungüentos, tan precioso
cuanto explicar no puede el verso mío.
Viendo Alejandro un cofre tan costoso,
lo acepto, y dijo: Aquéste solo es bueno
para guardar a Homero el sentencioso.
Poniendo a Tebas con sus armas freno,
a la casa de Píndaro y parientes
reservó del rigor de que iba lleno.
Siete ciudades nobles, florecientes,
tuvieron por el ciego competencia;
que un buen poeta es gloria de mil gentes.
Apolo en Delfos pronunció sentencia
de muerte contra aquéllos que la dieron
a Arquíloco, un poeta de excelencia.
A Sófocles sepulcro honroso abrieron
los de Lacedemonia, por mandado
expreso que del Bromio dios tuvieron.
Mas ¿para qué en ejemplos me he cansado
por mostrar el honor que a los poetas
los dioses y las gentes les han dado,
si en las grutas del Báratro secretas
los demonios hicieron cortesía
a Orfeo por su arpa y chanzonetas?
No quiero explique así la Musa mía
los Latinos, que alcanzan nombre eterno
por este excelso don de la Poesía;
los cuales con su canto dulce y tierno
a sí y a los que en metro celebraron
libraron de las aguas del Averno.
Sus nombres con su pluma eternizaron,
y de la noche del eterno olvido
mediante sus vigilias se escaparon.
Conocido es Virgilio, que a su Dido
rindió al amor con falso disimulo,
y el tálamo afeó de su marido.
Pomponio, Horacio, Itálico, Catulo,
Marcial, Valerio, Séneca, Avïeno,
Lucrecio, Juvenal, Persio, Tibulo,
y tú, ¡oh Ovidio!, de sentencias lleno,
que aborreciste el foro y la oratoria
por seguir de las nueve el coro ameno.
Y olvido al español que, en dulce historia,
el farsálico encuentro nos dio escrito
por dar a España con su verso gloria.
Pero ¿do voy, a do me precipito?
¿Quiero contar del cielo las estrellas?
quédese, que es contar un infinito.
Mas será bien, pues soy mujer, que de ellas
diga mi Musa si el benigno cielo
quiso con tanto bien engrandecedlas.
Soy parte, y como parte me recelo
no me ciegue afición; mas diré solo
que a muchas dio su lumbre el dios de Delo.
Léase Policiano, que de Apolo
fue un vivo rayo, el cual de muchas canta,
divulgando su honor de polo a polo.
Entre muchas, ¡oh Safo!, te levanta
el cielo, por tu metro y por tu lira,
y también de Damófila discanta.
Y de ti, Pola, con razón se admira,
pues limaste a Lucano aquella historia,
que a ser eterna por tu causa aspira.
Dejemos las antiguas: ¿con qué gloria
de una Proba Valeria, que es romana,
hará mi lengua rústica memoria?
Aquesta, de la Eneida mantuana
trastocando los veros hizo en verso
de Cristo vida y muerte soberana.
De las Sibilas sabe el universo
las muchas profecías que escribieron
en metro numeroso, grave y terso.
Estas, del celestial consejo fueron
partícipes, y en sacro y dulce canto
las Fébadas oráculos dijeron.
Sus vaticinios la Tiresia Manto
de divino furor arrebatada,
en versos los cantó, poniendo espanto.
Pues ¿qué diré de Italia que adornada
hoy día se nos muestra con matronas
que en esto exceden a la edad pasada?
Tú, ¡oh Fama!, en muchos libros las pregonas
sus rimas cantas, su esplendor demuestras,
y así de lauro eterno las coronas.
También Apolo se infundió en las nuestras,
y aún yo conozco en el Perú tres damas
que han dado en la poesía heroica muestra.
Las cuales...; mas callemos, que sus famas
no las fundan en verso; a tus varones,
¡oh España!, vuelvo, pues allá me llamas.
También se sirve Apolo de leones,
pues han mil españoles florecido
en épicas, en cómico y canciones.
Y muchos han llegado, y excedido
a los griegos, latinos y toscanos,
y a los que entre ellos han resplandecido.
Que como dio el dios Marte con sus manos
al español su espada, porque él solo
fuese espanto y horror de los paganos;
así también el soberano Apolo
le dio su pluma, para que volara
De el eje antiguo a nuestro nuevo polo.
¡Quién fuera tan dichosa que alcanzara
tan elegantes versos, que con ellos
los poetas de España sublimara!
Aunque loarlos yo fuera ofenderlos,
fuera por darles lustre, honor y pompa
oscurecerme a mí y oscurecerlos.
La Fama con su eterna y clara trompa
tiene el cuidado de llevar sus nombres
a do el rigor del tiempo no los rompa;
Y ellos también con plumas mas que de hombres,
a pesar del olvido, cada día
eternizan sus obras y renombres.
¡Oh España venerable, oh madre pía,
dichosa puedes con razón llamarte,
pues ves por ti en su punto la Poesía!
En ti vemos de Febo el estandarte;
tú eres el sacro templo de Minerva,
y el trono y silla del horrendo Marte.
Gloríate de hoy más, pues la proterva
envidia se te rinde y da blasones,
sin que los borre la fortuna acerba.