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Clarinda
Discurso en loor de la poesía (III)
Y vosotras, antárticas regiones,
también podéis teneros por dichosas,
pues alcanzáis voto, como en otras cosas.
¿Dónde vas, Musa? ¿No hemos presupuesto
de rematar aquí nuestro discurso,
que de prolijo y tosco es ya molesto?
¿Por qué dilatas el difícil curso?
¿Por qué arrojas al mar mi navecilla,
mar que ni tiene puerto ni recurso?
¿A una mujer que teme en ver la orilla
de un arroyuelo de cristales bellos,
quieres que rompa al mar con su barquilla?
¿Cómo es posible yo celebre a aquellos
que asido tienen con la diestra mano
al rubio intonso dios de los cabellos?
Pues nombrarlos a todos es en vano,
por ser los del Perú tantos, que exceden
a las flores que Tempe da en verano.
Más, Musa, di de alguno, ya que pueden
contigo tanto, y alza más la primas,
que ellos su plectro y mano te conceden.
Testigo me será sagrada Lima,
que el doctor Figueroa es laureado
por su grandiosa y elevada rima.
Tú, de ovas y espadañas coronado,
sobre la urna transparente oíste
su grave canto, y fue de ti aprobado.
Y un tiempo fue que en tu Academia viste
al gran Duarte, al gran Fernández digo,
por cuya ausencia te has mostrado triste.
Fue al cerro donde el Austro es buen testigo
que vale más su vena, que las venas
de plata que allí puso el cielo amigo.
Betis se ufana que éste en sus arenas
gozó el primer aliento, y quiere parte
el Luso de su ingenio y sus Camenas.
Quisiera, ¡oh Montesdoca!, celebrarte;
mas estás retirado allá en tu cama,
cuando siendo a Febo, cuando a Marte.
Pero como tu nombre se derrama
por ambos polos, has dejado el cargo
de eternizar tus versos a la fama.
Del Tajo ameno por camino largo,
un rico pescador las aguas de oro
trocó por Tetis y su remo amargo.
Mas no pudo al Perú tanto tesoro
ganar, sino ganando a ti, ¡oh Sedeño!,
regalo del Parnaso y de su coro.
Ya el mundo espera que del grave ceño
de Glauca el pescador tuyo le cante;
mostrando el artificio de su dueño.
Con reverencia nombra mi discante
al licenciado Pedro de Oña; España,
pues lo conoce, templos le levante.
Espíritu gentil, doma la saña
de Arauco (pues con hierro no es posible)
con la dulzura de tu verso extraña.
La Volcánea, horrífica, terrible,
y el militar elogio, y la famosa
miscelánea, que al Inca es apacible;
la entrada de los Mojos milagrosa
la comedia del Cuzco y Vasquirana,
tanto verso elegante y tanta prosa,
nombre te dan y gloria soberana,
Miguel Cabello y ésta redundando
por Hesperie Archidona queda ufana.
A ti, Juan de Salcedo Villandrando,
el mismo Apolo délfico se rinda,
a tu nombre su lira dedicando;
pues nunca sale por la cumbre Pinda
con tanto resplandor cuanto demuestras
cantando en alabanza de Clarinda,
Ojeda y Gálvez, si las plumas vuestras
no estuvieran a Cristo dedicadas
ya de Castalia hubieran dado muestras.
Tal vez os las ponéis y a las sagradas
regiones os llegáis tanto, que entiendo
que de algún ángel las tenéis prestadas.
El uno está a Trujillo enriqueciendo,
a Lima el otro, y ambos a Sevilla
la estáis con vuestra musa ennobleciendo.
Déme su ingenio Juan de la Portilla,
para que enlace su fecunda vena,
que temo con mi voz disminuidla.
La antártica región que al orbe atruena,
con Potosí celebrará su nombre,
nombre que el cielo eternizarlo ordena.
Gaspar Villarroel, digo aquel nombre
que a pesar de las aguas del Leteo,
con verso altivo ilustra su renombre;
aquel que en la dulzura es u Orfeo,
y un griego Melesígenes en ciencia,
y en majestad y alteza un dios Timbreo.
Este, por ser quien es, me da licencia
que abrevie aquí las alabanzas suyas;
que es símbolo el callar de reverencia.
Mas aunque tú la vanagloria huyas
(que por la dar mujer será bien vana),
callar no quiero, ¡oh Avalos!, las tuyas;
y cuando calle yo, sabe la Indiana
América muy bien cómo es con Diego
honor de la poesía castellana.
Con gran recelo a tu esplendor me llego,
Luis Pérez Angel, norma de discretos,
porque soy mariposa y temo el fuego.
Fabrican tus romances y sonetos
(como los de Anfión un tiempo a Tebas)
muros a Africa a fuerza de conceptos.
Y tú, Antonio Falcón, bien es te atrevas
la Antártica Academia, como Atlante,
fundar en ti, pues sobre ti la llevas.
Ya el culto Tasso, ya el oscuro Dante,
tienen imitador en ti, y tan diestro,
que yendo tras su luz, le vas delante,
tú, Diego de Aguilar, eres maestro
en la escuela Cirrea graduado,
por ser tu metro honor del siglo nuestro.
El renombre de Córdoba, ilustrado
quedará con tu lira; justa paga
de el amor que a las Musas has mostrado.
No porque al fin, Cristóbal de Arriaga,
te ponga de este elogio, eres postrero;
ni es justo que tu gloria se deshaga;
que en Pimpla se te da el lugar primero,
como al primero que con fuerza de arte
corres al parangón do llegó Homero.
De industria quise el último dejarte,
Don Pedro ilustre, como a quien Apolo
(por ser tú Carvajal) dio su estandarte.
Ni da el Perú, ni nunca dio Pactolo
con sus minas y arenas tal riqueza
como tú con tu pluma a nuestro polo.
Elpis Heroida, présteme la alteza
de tu espíritu insigne, porque cante
de otros muchos poetas la grandeza:
mas, pues humano ingenio no es bastante,
saquemos de lo dicho este argumento,
si es buena la Poesía: es importante
Ser buena por su santo nacimiento
y porque es don de Dios, y Dios la estima:
queda arriba probado nuestro intento.
Ser importante pruébolo: la prima
siento que se destempla, y voy cansada,
mas la razón a proseguir me anima.
Será una cosa tanto más preciada
y de más importancia, cuanto fuere
más provechosa y más aprovechada.
Es de importancia el Sol, porque aunque hiere
con su rayos alumbra y nos da vida,
creando lo que vive y lo que muere.
La tierra es de importancia porque anida
al hombre, y así él como a los brutos
les da, cual justa madre, la comida.
Todos los vegetales por sus frutos
son de importancia, y sonlo el mar y el viento
porque nos rinden fértiles tributos.
No solo es de importancia un elemento,
mas una hormiga, pues su providencia
al hombre ha de servir de documento.
Cada arte importa, importa cada ciencia,
porque de cada cual viene un provecho,
que es el fin a que mira su existencia.
Pues si una utilidad hace de hecho
ser cada cosa de por sí importante,
¿qué importará quien muchas nos ha hecho?
Es la poesía un piélago abundante
de provechos al hombre; y su importancia
no es sola para un tiempo ni un instante.
Es de provecho en nuestra tierna infancia,
porque quita y arranca de cimiento,
mediante sus estudios, la ignorancia.
En la virilidad es ornamento,
y a fuerza de vigilias y sudores
pare sus hijos nuestro entendimiento.
En la vejez alivia los dolores,
entretiene la noche mal dormida,
o componiendo o revolviendo autores.
Da en lo poblado gusto sin medida,
en el campo acompaña y da consuelo,
y en el camino a meditar convida.
De ver un prado, un bosque, un arroyuelo,
de oír un pajarito, da motivo
para que el alma se levante al cielo.
Anda siempre el poeta entretenido
con su Dios, con la Virgen, con los Santos,
o ya se baja al centro denegrido.
De aquí proceden los heroicos cantos,
las sentencias y ejemplos virtuosos,
que han corregido y convertido a tantos.
Y si hay poetas torpes y viciosos,
el don de la Poesía es casto y bueno,
y ellos los malos, sucios y asquerosos.
El lirio, el alhelí del prado ameno
son saludables; llega la serpiente,
y hace de ellos tósigo y veneno.
Por esto el ignorante y maldiciente,
tanta seguida viendo, y zarabanda,
infame introducción de infame gente.
La lengua desenfrena y se desmanda
a condenar a fuego a la Poesía,
como si fuese herética o nefanda.
Necio: ¿también será la teología
mal, porque Lutero el miserable
quiso fundar en ella su heregía?
Acusa a la Escritura venerable,
porque la tuerce el mísero Calvino
para probar su intento abominable.
Quita los templos adonde el Rey divino
le ofrecen sacrificios, porque en ellos
comete un desalmado un desatino.
Del oro y plata, dos metales bellos,
condena el Hacedor excelso y sabio,
pues tantos males causa el pretendellos.
Contra todas las cosas mueve el labio,
pues todas, si de todas hay mal uso,
hacen a Dios ofensa, al hombre agravio.
Si dices que te ofende y trae confuso
ver en la Iglesia llenos los poetas
de dioses que el gentil en aras puso,
Las causas son muy varias y secretas,
y todas aprobadas por católicas,
y así en las condenar no te entremetas.
Las unas son palabras metafóricas,
y aunque mujer indocta me contemplo,
sé que también hay otras alegóricas.
No es esto para ti: por un ejemplo
me entenderá. Ya has visto en cualquier fiesta
colgado con primor un santo templo;
allí habrás visto por nivel dispuesta,
rica tapicería y tela de oro
por más grandeza a trechos interpuesta;
habrás visto doseles, y un tesoro
grande de joyas y otros mil ornatos,
con traza insigne y con igual decoro;
habrás visto poner muchos retratos,
y aun es el aderezo más vistoso
en semejantes pompas y aparatos;
cuál sería de Alcides el famoso,
otro de Marte y de la cipria diosa,
y cual del niño ciego riguroso;
la prosapia de Césares famosa
y el turco Solimán allí estaría,
y la bizarra turca dicha Rosa.
Pues ¿cómo en templo santo, en santo día,
y entre gente cristiana de almas puras,
y donde está la sacra Eucaristía,
Se permiten retratos y figuras
de los dioses profanos y de aquellos
que están ardiendo en cárceles oscuras?
Permítense poner, y es bien ponedlos
como trofeos de la Iglesia, y ella
con esto muestra que se sirve de ellos.
Así esta dama ilustre cuanto bella
de la Poesía, cuando se compone
en honra de su Dios que pudo hacedla,
con su divino espíritu dispone
de los dioses antiguos, de tal suerte,
que a Cristo sirven y a sus pies los pone.
Más razones pudiera aquí traerte,
¡oh ignorante!, mas siéntete turbado,
que es fuerte la verdad como la muerte.
¡Oh poético espíritu enviado
del cielo empíreo a nuestra indigna tierra,
gratuitamente a nuestro ingenio dado,
tú eres, tú, el que hace dura guerra
al vicio y al regalo dibujando
el horror y el peligro que en sí encierra.
Tú estás a las virtudes encumbrado
y enseñas con dulcísimas razones
lo que se gana la virtud ganando.
Tú alivias nuestras penas y pasiones,
y das consuelo al ánimo afligido
con tus sabrosos metros y canciones.
Tú eres el puerto al mar embravecido
de penas, donde olvida sus tristezas
cualquiera que a tu abrigo se ha acogido.
Tú celebras los hechos, las proezas
de aquellos que por armas y ventura
alcanzaron honores y riquezas.
Tú dibujas la rara hermosura
de las damas, en rimas y sonetos,
y el bien del casto amor y su dulzura.
Tú explicas los intrínsecos conceptos
de la alma y los ingenios engrandeces,
y los acendras y haces más perfectos.
¿Quién te podrá loar como mereces?
¿Y cómo a proseguir seré bastante,
si con tu luz me asombras y enmudeces?
Y dime, ¡oh Musa!, ¿quién de aquí adelante,
de la Poesía viendo la excelencia,
no la amará con un amor constante?
¿Qué lengua habrá que tenga ya licencia
para blasfemar, sin que repare,
teniéndole respeto y reverencia?
¿Y cuál será el ingrato que alcanzare
merced tan alta, rara y exquisita,
que en libelos y en vicios la empleare?
¿Quién la olorosa flor hará marchita,
y a las bestias inmundas del pecado
arrojará la rica margarita?
Repara un poco, espíritu cansado,
que sin aliento vas, yo bien lo veo,
y está muy lejos de este mar el vado.
Y tú, Mexía, que eres del Febeo
bando el príncipe, acepta nuestra ofrenda,
de ingenio pobre y rica de deseo.
Y pues eres mi Delio, ten la rienda
al curso con que vuelas por la cumbre
de tu esfera, y mi voz y metro enmienda,
para que dignos queden de tu lumbre.