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Eduardo Langagne



Canto por el hombre que bebía música



Ebrio viene el hombre nuestro
En sus piernas arrastra el secreto de Dios

Tropieza con el aire como un pájaro ciego
Las palabras de su lento alcohol
las entienden los niños y los árboles

Agoniza entre muros de la ciudad ajena
bajo el cielo plomizo de un amor extraviado

No tiene más dolores que su solo alcohol
y en sus brazos la fuerza de una bestia herida

Su pecho se agota finalmente
y su puño se crispa como un nido apedreado
donde agoniza el trino de un gorrión de viento.