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Efra�n Bartolom�



Imágenes dispersas bajo la Luna llena



He sido siempre un hijo de la Luna.
Siempre vi, desde niño, las Lunas
más hermosas: la enorme Luna en llamas de Ocosingo saliendo allí, justo
detrás del cerro, tras la casa del rancho.
La enorme Luna roja sobre el
inmenso valle, en el Anochecer, bajando de las tierras altas de San
Cristóbal hacia mi húmedo pueblo, cuando tenía veinte años.
La
enorme Luna blanca vista desde el estudio de mi casa de ahora, al sur de
la ciudad más poblada del mundo, en las faldas de un monte todavía
arbolado.
Aquí, en la primera Luna llena de este año, hicimos una
ceremonia ritual para aguardarla: se leyeron poemas en su honor
mientras todos veíamos su lentísimo ascenso. Al concluir la lectura
continuamos mirándola en un total silencio, durante un largo Tiempo
que no podría medir reloj alguno.

Bajo la oscuridad
En el lugar del corazón:
la Luna llena.

Ella besó mis manos
y dejó como huellas
dos lunas pequeñitas

Soy dulce libre santo:
si me toco la frente
se ilumina
si toco a un asesino se santigua
un territorio yermo fructifica

Toco una piedra
Nace
la Poesía.

¿Lo sientes?
Es el frío del siglo
Es el frío del tiempo que acuchilla la piel
la luz que somos.

¿Sientes el golpe ciego del Desierto?

Hay pirañas en el aliento de la calle cruel

Pero mi amor será como un brasero contra el frío
Mis labios como un agua contra la sal del Viento
Mi cuerpo como nube contra la sal del Viento
Mi cuerpo como nube contra el sol del Desierto

Luz plena: sombra intensa

Entre charcos y piedras
somos el mismo Sueño
bajo la Luna llena.

Para desinfectar el cielo:
música lunar.