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Francisco Morales Santos
Madre, nosotros también somos historia (II)
No me puedo quejar de tu cariño del cual soy bien servido,
ni andarme por las ramas cuando hay que echar el hombro,
ni presentar excusas a quienes recolectan sentimientos dulces,
ni ser inexpresivo como los bustos de los parques
mientras sea tu nombre el engranaje central de mi existencia
y tu mano esté en las mías como una banderita,
mientras pases por la ventana de mi alma
invitándome a reandar tu vida más allá del tiempo
en que di con tu figura
y mi corazón realmente empezó a condescender.
No puedo, en definitiva, vivir sólo de broncas,
a menos que el motivo por el que te quedaste sin pan ni escuela
exija, como decía Ernesto, mi odio intransigente.
Y para que no quede nostalgia que alimentar mañana,
para que no quede canción insatisfecha,
para que no aparezcas frágil, borrosa, o no aparezcas,
lo cual sería injusto,
que se alcen los recuerdos, que devengan en sol
y viva tu gesto de heroína en el frente de la vida.
La suerte del poema no deja de inquietarme.
Nació en el peor momento
pero, ¿es que hemos tenido una época apropiada
para decirte: madre, ven siéntate y disfruta
pues en tu honor he puesto a rodar la poesía?
Nació cuando el reemplazo de lluvias orquestales
por lluvias radiactivas,
nació donde la muerte deja ayes esparcidos
que vamos espigando,
nació en el peor momento
desprendiéndose de esa misma circunstancia popular
desestimada, relegada a segundo plano;
nació extramuros de la lírica pura
y, sin embargo...