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Francisco Urondo
Los descuidos
Mi mano se desliza en busca
de los pechos expertos:
el agua es tibia y generosa.
Bajo la tela prevenida de su prenda nocturna,
han bajado los cielos
para dejar caer el primer movimiento del agua.
Parece que va a llover; todo está quieto y solo.
Ella puede demorar las cosas;
ocultar algo todavía. Puede salvarse.
¡Dios mío, que no haya perdido esa, entre tantas agudezas!
Sólo me tranquiliza que sea una mujer de mundo:
tiene astucia para el naipe
y para la indolencia;
es hábil con su cuerpo elegido
que se encrespa y ruge. Conoce a fondo los placeres.
Pero con el temporal irrumpen sus fragancias secretas:
es ésta una delicadeza que nunca pudo controlar.
Entonces la excede su innecesaria vergüenza;
los sueños quebrantados, el olvido.
Y la dejo llorando,
perdida en su mundo,
tan frágilmente suspendido.