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Giovanna Pollarolo
Peregrinación al Santuario de la Virgen de las Peñas
Clavada ahí donde estás, entre las peñas del valle de Azapa
te miro otra vez.
He llegado de rodillas, sin zapatos
transitando el estrecho camino
y te ofrezco mi sangre derramada
ahora y todos estos años,
Santísima,
para que intercedas por mí ante Él
que como él no me quiere escuchar.
Dile, Señora, que perdone la falta de dolor y contrición
dile que algún día, si me escucha,
lloraré con pesar todas esas lágrimas que le debo:
ahora sólo el deseo de su amor me anima,
nada más me importa.
Así hablé, entre lágrimas y gemidos junto a cientos
de devotos mancos, cojos, paralíticos, ciegos.
Y de pronto una voz que parecía venir del cielo dijo:
Las penas de amor no le competen a la Santisima ni a Él.
Ellos tienen asuntos más urgentes que atender.
En el camino de vuelta, cruzando barrancos y abismos
supe, una vez más y para siempre, que mi plegaria no sería atendida.
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Lejos
estás de mis ruegos, de las palabras de mi clamor