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Gustavo Ossorio
La puerta infranqueable
El día,
Arco cerrado, lleno de palpitaciones, de paredes, de armas
diversas, de respiración.
El día de hoy
Como una inexplicable estatua en medio del desierto,
Un día.
Y separadamente, la potencia libre y arbitraria de SER,
gran río de aceite entre la lámpara inicial y cualquier
dolor transparente,
Se está metido en el enigma,
La descolorida espina hinca su revelación o el amor
en la infinita soledad de la memoria fiel.
Un sol doméstico, brillante como un gran terror seco,
detiene la tiniebla en la puerta misma del grito,
El día, entretanto, se verifica, va dando vuelta su guante,
Hasta que un dedo de gas mueve el paisaje,
Y la cabeza cae sobre su imagen sin reconocerse.
Todo este terrible día he estado luchando contra el viaje,
Pero, pasada la obsesión, la fuerza de la corteza animal
podrá por fin más que esta polvareda oceánica de mi
inmovilidad y hará prevalecer la mentira de los padres
y los años.
Abro una muerte local para admirar el rayo al otro lado,
Soy infeliz ante el paso implacable que va multiplicando
palabras, ojos, cantidades, soledades, para destruir la
sombra; creando una densa atmósfera vacía como una caída,
neutra como lo que no se presiente a fin de destruir la
sombra, la sombra, verde refugio del miedo.
No puedo salvarme,
La salvación es el presentimiento de todo lo que veo sin
ver, de todo lo que palpo ajeno a mí, ajeno a YO, en la
isla; de todo aquello que nadie dice, pero que yo oigo; de
la acción ordinaria que no alcanza a caer bajo la
conciencia del fin propuesto,
No puedo salvarme, porque obscuramente en mi voz, en el
suelo que piso, surge una realidad TRANSITORIA y es
imposible desechar, desconocer su yugo;
En una visión estrábica se amalgama simultánea de
tradición y sueño, de anécdota de relleno y negra espuma:
surge, sale hacia arriba la manifestación de lo definido;
Los días propios con su cara especial, sus gestos, sus
cosas, sus subterráneos con olor a subterráneo; y sus
innumerables casas, llenas de GENTE, de loros, de
cordeles,
No obstante, algo permanece siempre, en mudo desafío,
Enclavado y encuadrado, cercado y hecho de una desesperante
lógica,
Sobrenada la realidad DE VERAS, lisa y llanamente: mi mesa,
De lo que indudablemente deriva un contenido pavoroso de
FORMA, de SONIDO, de acritud temporal y espacial a causa de
la abstracción JUSTA de su otro ser necesario, igualmente
duro e indiscutible.
Toda esta realidad que me grita al oído la derrota, la
amarra para siempre, la música del carrousel que siempre
es la misma y siempre embriaga y siempre empieza de nuevo;
esta realidad no es, después de todo, sino una débil gota
al extremo de un hilo.
No podrá durar mucho,
Y de este certero y anhelante esperar, de esta fugacidad
suya, sale el valor de lo que ven mis ojos, del agua que
bebo, de mi lecho.
De este esperar sale el temor al espejo roto, a lo
tremendo de la casa deshabitada; de esta fugacidad el olor
de cósmica corrupción que hiere el olfato cuando la noche
se mueve sola por las escaleras,
La gota no cae; no puede caer nunca,
¿Esto lo sé?
Pero la angustia aumenta, oprime, y los amigos hacen como
si nada advirtieran, como si nada hubieran nunca sabido
de la imposibilidad de ver, oír, decir, SER, como mera
manifestación objetiva.
La sangre-y esto es cierto-nada sabe,
Su paciencia secular, su roja ceniza, la celebración del
fuego de siempre, su fatiga y su desnudo secreto, siguen
para siempre animando el vértigo del hombre ciego,
La tremenda brega supone dos caminos,
Uno acontecido ya, antes de su origen como verdad
permanente: el mar, tal y cual lo vemos y amamos; el aire
geográfico y definido; las ideas y las primeras piedras;
los zapatos que a diario se fabrican; el dolor del
proletario, su esperanza roja; la voz de Aída Díaz; el
dulce arroz en su pantano; el tranvía y su contenido
indescriptible; las manos con su expresión para cada
circunstancia; el ser tangible de las cosas.
Un segundo camino define el ansia de disecar la angustia,
Que determina la función de mi ubicuidad que duele,
o sea: la resistencia al viaje.
Aún resisto,
Aún me hallo en la encrucijada, dilatados los ojos hacia
los lagos interiores, con la ausencia organizada, hecha
dogma y frío definitivo,
El grito hecho piedra se cae a algunos metros de la voz,
Alguien rompe la noche con un terrible paso de tiniebla,
¿Yo mismo?
Yo mismo, el andamio, el sustento, la base, lo que RODEA
a lo de adentro,
Específicamente otro, sin justificación posible ante mi
forma, ante lo inmediato químico fisiológico de mi
economía viajando, yéndose hacia un carácter primario
de la vida o lo que sea,
Una mano se alza y bate su bandera,
Mi realidad para el minuto de indecisión ha terminado,
Ha terminado en el instante mismo en que mi sombra, la
sombra amada tantos años por mí, arrastra en pos de ella
CON MANO FIRME el péndulo perdido de mi deseo, para
cerrar el círculo.