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Homero Aridjis



Gambito de caballo en Troya



Ad aeternam un hombre y un perro semejante a un caballo de oro; dos guerreros como esculpidos por el polvo; un rey y un yelmo donde el sol reverbera; una reina blonda cautiva tras un muro que rodea afiladas fortalezas.

Ad aeternam una imagen vagarosa, que no toma forma definida en la imaginación del hombre; un ave de rapiña; un montón de cuerpos hacinados desencarnándose, resplandeciendo al sol; brotes de sangre negra en el vasto coágulo de musgo oscuro, en la piedra.

Ad aeternam el rey inútil, con la derrota como una corona entre las manos; los guerreros inútiles con las lanzas y los pies clavados en el suelo; el brillo de unas cuantas espadas homicidas; el fluido rojo que responde a la súbita escisión, abriéndose sobre la tierra como un tapete.

Ad aeternam el horizonte azul, en el que vuela el color como un ave encendida; las naves meciéndose en el agua; el nombre de algún desconocido dicho gradualmente con sílabas rotundas, pero igual que un soplo; la muerte que acampa como un huésped de rigor bajo las tiendas, bajo arrugadas campanas de paño desteñido; la imagen en la imaginación del hombre como una nube, como un abalorio, como un ojo a veces fijo, a veces policromo entre la bruma.

Ad aeternam los ágiles pies sobre la arena, la piel curtida, el sonido opaco del escudo, la adivinada risa, el paso adivinado de la reina cautiva allá en la fortaleza; la vivida mirada de los ojos lejanos que imprecisos son más agudos y están más próximos; la desolación, la visión funeral de todo aquello que en un minuto se deshace.

Ad aeternam el perro lentamente gris, casi una nube, casi una mancha árida, blanco por el roce de la luz sobre sus orejas y su lomo; el ave de rapiña, casi un lobo del aire, una amenaza demasiado rápida, demasiado alada; el ave de rapiña que vuela sobre la afilada torre y traza en el aire duramente una L; la imagen en la imaginación del hombre; la nube como abalorio, como ojo, como L que el sueño de alguien ha soñado en el aire.

Ad aeternam el caballo que irrumpe en el instante con sonidos de campana sorda, con las patas rotas y el vientre abierto y los nervios sosteniendo los intestinos como blandas rejas; el caballo, en difícil huida sobre la arena de oro, con la fuerza de la agonía contra los filos de la piedad de dos guerreros que asisten a su muerte con un tajo.

Ad aeternam el perro como un dios canino, con las orejas doradas inclinadas como puntas de consternación, ágil hasta en su sombra, hasta en su inmovilidad; el perro, con ojos casi humanos, y sin olfato ya para los muertos.

Ad aeternam el regreso, las naves que esperan meciéndose en el agua como agresivos cisnes, castigados por un hado adverso que los ata a la orilla, y por la noche inmortal que mira y confunde desde lejos el cielo con el mar y sus caminos.

Ad aeternam el volcado carro con las ruedas girando y la astilla de sangre en la cara del auriga; el rey entre nosotros y la blonda reina cautiva en la torre; los guerreros vestidos de oscuro que emergen a la furia y al nunca más de este tiempo homicida.

Ad aeternam el brío blanco del anciano que arenga a dos guerreros arañados por el último frío, lo mismo que a un joven que resiste un viento de desnudos brazos.

Ad aeternam la imagen en la imaginación del hombre; la nube como abalorio, como ojo, como L que alguien trazó en el aire; el caballo que murió con las patas rotas y el vientre abierto como reja o ventana; los guerreros que introdujeron los filos en su desesperación como a una funda, como a una aljaba.

Ad aeternam los guerreros recortados en el paisaje por el aire musitando en su interior deseos de irse, de ocultar lo humano de sus pasos, de sus ojos, y de todo aquello que la adversidad descubre como sitio mortal; los guerreros que ensartan pechos y rostros casi femeninos en su manera de aceptar la muerte.

Ad aeternam el rapsoda que canta al dios de polvo que levantan los muertos al caer, el pesado sonido de un guerrero que cae, el tinte violeta de la boca hendida, el esbelto cuello con un hueco imprevisto, la espalda del que escapa herido por la cólera de un dios, los ojos del que se queda habitado por un dios, la noche que desciende como un gran escudo anunciando reposo.

Ad aeternam la imagen en la imaginación del hombre, casi ya viva como una presencia, como un recuerdo; las torres afiladas, las naves, el regreso, la L que vuelve a trazar el ave de rapiña; el vientre del caballo, los hombres que quisieran irse, ocultar sus rostros; la noche que reemplaza la luz con tinieblas; la imagen definida en la imaginación del hombre.

Ad aeternam el tiempo por venir, el horror, la matanza y la ruina; la noche y el terror en la pupila ajena; el vientre del caballo habitado por la cólera de un dios; el perro sin olfato ladrando a fantasmas incesantes que pasan a su lado; el dolor vidente y femenino aullando como un perro.