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Jaime Labastida
Plenitud del tiempo
1
La destrucción del fuego, atroz,
y la del tiempo. El bosque que crepita,
a sal, torturas largas. La alegría,
por supuesto. El tiempo reconstruye
la tiniebla. ¿Qué va a ser, si no tiempo,
cada nuez en su rama, exacta, fría?
Adentro de la hoja, el huracán. Hundida
ya en el agua, la tormenta, ese tiempo
feroz que la atosiga. Hasta
en el vientre de la roca mueren
las hormigas, el aroma es de sangre.
Sólo un instante fosforece el viento,
estalla el corazón sólo un minuto,
una ola no más, quizá la dicha:
gira la tierra. ¿Recordarán algunos
mi sonrisa? El hijo, el mar
reconstruyéndose. Un relámpago fluye,
arde el maderamen. Sordo de amor,
ya desnudez, te acoso. El hijo
escucha, sabe que lo busco. El tiempo
sana de todas sus heridas. Arde
entonces el mar sin consumirse.
2
La destrucción del aire, atroz,
y la del tiempo. El hueso que enmohece
la duda, la desgracia. La dicha,
por supuesto. El tiempo entierra dedos,
encuentra su derrota: árboles,
ámbar, sólo pulmones de ceniza
y fango, sólo bocas de mármol:
sube el agua. ¿Qué dejaré
de mí, qué de mis dedos? La hija,
el aire, rebelión, palabras.
Mi sangre te devasta, sufres
y llamas desde la otra orilla,
una voz de clemencia por el río
se escucha, y miro el grito
ciego de la niña adentro
de tu cuerpo abierto. La construcción,
la tierra, la esperanza. El agua
brota ya, plagada de respuestas.
La casa brilla y su color incendia.
El tiempo tiene forma de paloma:
el aire la sostiene y la acaricia.
3
La destrucción de tierra, atroz,
y la del tiempo. La casa que enmudece,
el hielo, la fatiga. El dolor,
por supuesto. El tiempo que edifica
atmósferas y labios. ¿Qué será
tu mirada, si no la casa, la puerta,
los batientes, el musgo que adelgaza
la claridad del día? Sólo intestinos
de rescoldo y canto, sólo unos ojos
de color durazno. ¿Quién buscará
después mis dedos, quién esta piel
del tiempo, destruyéndose? La hija,
el fuego: se detiene el aire.
Remo ya turbio el mío, entro,
en ti germino. El terremoto asciende,
claridad, sonríe. La niña,
el árbol, sonora luz
en lucha contra el viento:
el tiempo largo de sus ramas
crece. La niña es ya
respuesta a mi pregunta.
4
La destrucción del agua, atroz,
y la del tiempo. La piedra que encanece,
el mito, la esperanza. El amor,
por supuesto. El tiempo rasga muertes,
por débiles, sonoras. El fósforo
metálico, ¿qué ha de ser, si no
tiempo? Helada, inmóvil, pasará
la tierra, destruirá tu rostro.
Sólo una mano de argamasa y llanto,
sólo lengua de yeso: repta el fuego.
¿Qué quedará de mí, qué de mis venas?
El tiempo, el hijo mismo,
construcción, el agua. Resplandece
la víctima. Mi amor te aplasta
y ya te sangra vida. El hijo clama
desde el hondo pozo y un grito
en plumas resplandece y queda.
La construcción incendia, amor,
la de la sangre. El agua se abre,
clara de sonrisas. La casa
es blanca ya
y es pleno el tiempo.