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Jaime Reyes
Entre la espuma, sal en mi lengua, gota en mi cuello (I)
Estoy dondequiera a la hora del desastre
porque contigo estoy, porque sin ti no estuviera.
Nada más a ti te amo, n estoy para los demás, en nadie estoy si no estoy
en ti,
raíz de miedo, agua derramada.
Yo soy el hilo de agua que ata las esquinas, los rincones,
las puertas de los que babeantes han descubierto entre cuerpo y cuerpo
pústulas enfebrecidas,
lagos sangrientos y han descubierto que atropellados estamos, hermana,
muertos.
Pero a pesar de todo, contra ti, contra mí, a la semilla que eres fecundado
regreso.
A ti que eres, que estás cavando, que me levantas de la ceniza.
Alejarme de ti es recorrer y caer y regresar
con la garganta ahogada en el olor de amorosa gente dormida.
Con el olor de abrazos insaciables, feroces, tenaces.
Irme de ti, sin ti, es romper el hilo que me ata, títere de la muerte.
Irme de ti, estar frente a ti que juegas a abandonarme, es ir siempre hacia
atrás,
quitándome las manos, saludando, corcoveando en el polvo de los precipicios.
Amor que me levantas, que te esfuerzas por destrozarme,
río que si ahogas leche que derramas, mancha que no limpias,
alfiler que no alojas.
En el cuarto de los solteros te necesito,
te necesito en el calor de los cuerpos que levantas.
Entre la espuma, sal en mi lengua, gota en mi cuello, te busco, grasa
de mis ojivas.
He salido de tus manos y a tus manos voy, pues tú me diste la luz
y la oscuridad y la ceguera.
En el silencio de la mirada, rozándote apenas,
en ti fundado mi hogar y supiste cómo crecimos, cómo fuimos niños hasta
envejecer.
Y sin darnos cuenta hemos nacido para no saber, para encontrarnos,
para ignorar la amenaza de la muerte que lenta nos acechaba.
Y crecimos, ante mí creciste, amor, mi amor: desnúdaste mis reglas,
apagaste mis hogueras,
y solo me abandonaste cuando erigía inútiles paredes y trampas sin razón.