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Jorge H�bner Bezanilla



Plegaria



Virgen, tus ojos místicos y ausentes
rezan, como las llamas de los cirios.

Virgen, tus manos pálidas y trémulas
piensan, como las manos de los ciegos.

Por tu fervor, mi beso se hizo hostia
y llevó mi alma entera a tus entrañas.

Nuestras vidas serán como esas manos
que se unirán apasionadamente

Mis estrofas serán como esas naves
que se hunden en las noches misteriosas.

Y me entraré contigo en el silencio
de las pasiones grandes...

Plegaria
Me dió, olvidando mi pasión funesta,
una ficción de albergue maternal;
vistió el amor su espíritu de fiesta
y apagué en un abrazo su protesta.
¡Líbrala tú, Señor, de todo mal!

Por la lenta amargura de su vida,
por dejarla desnuda ante la suerte,
porque la herí para beber su herida,
hazle gracia, Señor, de tu venida
ahora y en la hora de la muerte.

Ella pecó para que la quisiera,
la desnudó el amor de la moral;
fueron sus brazos leños de mi hoguera,
mientras yo la vendé porque no viera.
¡Líbrala tú, Señor, de todo mal!

¡Acógela, recógela! La he visto
pálida de fatiga ¡Ha de quererte!
¡Sin saber..., dice frases tuyas, Cristo!...
Algo que yo no vi, sé que ha entrevisto
para ahora y la hora de h muerte.

Hallaría la paz en tu constancia
la fatigada del amor sensual.
La soledad purifico su estancia
Si tú la miras, volverá a la infancia...
¡Líbrala tu, Señor, de todo mal!

¡Que no se pierda aquella rosa llena
de vocación para el altar del bien!
¡Acuérdate, Señor, de la azucena
que brotó del dolor de Magdalena,
y líbrala de todo mal, amén!