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Jos� Kozer



Premoniciones para finalizar el siglo




En lo más crudo del invierno de 1981 encontramos en el único tiesto
vivo que quedaba en casa
una violeta
minúscula que en pleno día sin sol de sí arrojaba unas sombras
numerosas que se esparcían por el techo y por todas
las paredes
de la sala, desaprecían por las cuarteaduras y la hendija de las
maderas, nuestras
niñas
dijeron que se fugrían a los manantiales: no era vivamente todavía la
voz del hambre ni el diácono de las hroas
que llegaban
en su yegua con sus numerosas navajas barberas a raspar las cabezas
o cepillar algún mueble cuyas virutas
traerían
a la memoria los años e abundancia en que el caracol echaba de sí
grandes
multiplicaciones
y la luz nos confundía con aquellos limones grandes como vejigas de
oro: mucho
nos desalentó
aquella flor y más aún la luz que caía sobre el plato rebañado con sus
vestigios de otra luz
a la que sucumbieron
las grasas dulces de nuestras mujeres en sus faenas, la cópula dorada
de nobles panes a la mesa y el enredo de cuatro peces quietos con
su ojo de techo
en los platos.