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Juan Valle



Soledad



Sentado de este río junto al cauce,
vengo a pensar a solas en mi suerte.
Por acercarme al reino de la muerte,
vengo a buscar la sombra de este sauce.

Mi ser ha trastornado la amargura;
me está quemando el sol, y tengo frío;
voy, refresco mis miembros en el río,
y me siento abrasar en calentura.


Mas de estas flores el agreste aroma
narcótico feliz a mi alma presta:
por simpatía, a mi gemir contesta
el gemir de la huérfana paloma.

Del buey trabajador se oye el mugido,
y en las espigas susurrar el viento,
y en monótono son se escucha lento
de millares de insectos el zumbido.

Van siguiendo los perros familiares
los pasos de los pobres labradores;
la aldeana adornada va con flores,
entonando estribillos populares.

A veces, a lo lejos, de un caballo
se escuchan en la arena las pisadas,
y se mezcla a las rústicas baladas
el cantar ronco del lejano gallo.

Este cuadro de paz y de inocencia,
en medio del placer grato sería;
mas tiene algo de gran melancolía,
visto a través del llanto de la ausencia.

Es verdad que a mis ojos aparece
hermosa esta natura; pero hermosa
con la hermosura de mujer llorosa,
¡ay! con esa hermosura que entristece.

Del paraíso de mi amor primero,
donde mi cuna ayer se ha columpiado,
con su espada de fuego me ha arrojado
de la guerra civil el ángel fiero.

Más infeliz que Adán, que, si el delito
lo lanzó a él de su mansión primera,
al menos lo siguió su compañera,
y yo me encuentro aquí solo y proscrito.

Amo yo, Guanajuato, más tus montes,
tu aire pesado y tus ruidosas calles,
que el aura y el silencio de estos valles,
y más que sus inmensos horizontes.

¡Con cuánta lentitud el tiempo pasa
lejos de aquel lugar donde nacimos,
de allí donde lloramos y reímos,
de allí donde tenemos nuestra casa!

Lejos de aquel lugar donde respiran
los seres que en el mundo más amamos.
Aquellos que, si ausentes suspiramos,
por instinto, tal vez, también suspiran.

¿En dónde estás, Jesús? Matilde mía,
¿en dónde estás también? ¿Dónde, Eduwige?
En vano entre la pena que me aflige,
invoco vuestra dulce compañía.

Toda vestida de sombrío luto,
la ausencia me persigue por doquiera,
y con su tarda voz me desespera
contándome minuto por minuto.

Tenaz, aun entre sueños, al oído,
con frases de ironía mofadoras,
me va contando las eternas horas,
de mi lado apartando al dulce olvido.

Se hace en mí, de dolor y de consuelo,
al pensar en vosotras, fusión vaga,
y a mi alma, en lucha tal, punza y halaga
mezclada sensación de infierno y cielo.

Pedid a Dios que, compasivo, un día
me vuelva mis domésticos placeres,
y hablar de cerca a mis queridos seres
de nuevo pueda, como hablar solía.