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Juli�n del Casal
Blanco y negro
I
Sonrisas de las vírgenes difuntas
En, ataúd de blanco terciopelo
Recamado de oro; manos juntas
Que os eleváis hacia el azul del cielo
Como lirios de carne; tocas blancas
De pálidas novicias absorbidas
Risas de niños rubios; despedidas
Que envían los ancianos moribundos
A los seres queridos; arreboles
De los finos celajes errabundos
Por las ondas del éter; tornasoles
Que ostentan en sus alas las palomas
Al volar hacia el sol; verdes palmeras
De les desiertos africanos; gomas
Árabes en que duermen las quimeras;
Miradas de los pálidos dementes
Entre las flores del jardín; crespones
Con que se ocultan sus nevadas frentes
Las huérfanas; enjambres de ilusiones
Color de rosa que en su seno encierra
El alma que no hirió la desventura;
Arrebatadme al punto de la tierra,
Que estoy enfermo y solo y fatigado
Y deseo volar hacia la altura,
Porque allí debe estar lo que yo he amado.
II
Oso hambriento que vas por las montañas
Alfombradas de témpanos de hielo,
Ansioso de saciarte en las entrañas
Del viajador; relámpago del cielo
Que amenazas la vida del proscrito
En medio de la mar; hidra de Lerna
Armada de cabezas; infinito
Furor del dios que en líquida caverna
Un día habrá de devorarnos; hachas
Que segasteis los cuellos sonrosados
De las princesas inocentes; rachas
De vientos tempestuosos; afilados
Colmillos de las hienas escondidas
En las malezas; tenebrosos cuervos
Cernidos en los aires; homicidas
Balas que herís a los dormidos ciervos
Al borde de las fuertes pesadillas
Que pobláis el espíritu de espanto;
Fiebre que empalideces las mejillas
Y el cabello blanqueas; desencanto
Profunda de mi alma, despojada
Para siempre de humanas ambiciones;
Despedazad mi ser atormentado
Que cayó de las célicas regiones
Y devolvedme al seno de la nada...
¿Tampoco estará allí lo que yo he amado?