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Luis Alberto Ambroggio



Herencia



Hijo planetario de mi heredas solamente
una explicación que te explica:
vienes desde donde yo mismo
he venido a tientas.

Acaso este tesoro contenga
algunas de las claves
del crucigrama incompleto
que configuras con tus pasos de tierra.

Como humano, hijo del universo,
eres una ola del océano infinito
que besando muchas playas
permanece uno y muchos
al mismo tiempo.

Cada raiz de tus nombres, hijo del suelo,
como todos los nombres,
conjuga tierras lejanas y oficios legendarios,
uno de ellos, por decir, colector de impuestos
en el tajante imperio de los otomanos.
Tu afán de conquista se llama Rasmusen u otro nombre
con quien, hace generaciones, exploraste el polo sur , el norte,
los cuatro puntos cardinales.
Por otra huella te remontas hasta un prócer.
No lo conoces. Pertenece a la historia o leyenda
de un pueblo transitorio
pero a tí también te pertenece
y le pertenecerá a tus hijos y su descendencia.
Tu estirpe es de los mares y los vientos
de los pueblos de Moisés, de Zeus y de Eneas.

Y hay lenguajes y culturas que te hablan y no entiendes,
a pesar de animar cada una de tus venas:
el italiano, el árabe, el francés, el español, el inglés,
ese idioma en que has nacido,
en uno de los vuelos mágicos de tu sangre;
y este testimonio que tú puedes leer, hijo del tiempo,
tu hijo quizá ya no lo entienda
aunque le quemen los sonidos
en nostalgias o gestos inexplicables.

Porque fíjate en tus manos
y leerás las vidas de muchas manos,
las que cultivaron tierras antiguas y nuevas,
las que inventaron aquellas ilusiones que se llaman ciencias,
las que recorrieron libros de leyes, metafísicas y letras,
las que comercializaron telas, aviones, cereales
y recogieron desde el Drachma hasta los dólares,
las que te cuidaron con el calor de la caricia.
Fíjate en tus manos, hijo, y en sus surcos
cosecharás fulgores de centurias, genes increibles,
descifrarás como en un espejo de carne ajada
los rostros dorados de antiguos signos y semillas.

Porque en tu vida verás morir y amanecer nombres,
con lágrimas y sonrisas
y te verás en cada uno de ellos, hijo,
misteriosamente.


1998.