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Luis Cardoza y Arag�n
Epifanía de Mazda
Será tan bella un día sí y un día no
que un día sí y un día no
habrá de darme cólera.
El encanto de una mujer ilusoria,
realidad de un sueño tendrá,
mujer que no debió haber nacido nunca:
¡ah, yo seré un tan ridículo Pigmalión!
Mis sentidos subidos a sus torres
acechan su venida conspirando.
Todas las casa de la ciudad bailarán,
harán móvil su procesión extática los árboles del bulevar
y un bosque,
en no sé qué región,
formarán.
-"Es un loco'.
No respondo,
una sonrisa
en la mano pongo
de propina.
Inquietud ancestral,
ebullición
virtud de la inconstancia,
desequilibrio,
pecado mortal;
exceso de vida en mi cuerpo endeble:
marmita de Papin, mi arte.
Mi risa es triste.
Desnudo mi cuerpo
no proyecta sombra:
arlequín loco soy,
mi corazón,
rombo interior,
danza en mi pecho,
peonza.
Mi rosa de los vientos
-margarita de hierro-
se fundirá en campanas de canción futura.
Aeroplano que escribe en el cielo nuestro nombre,
cielo, página para los altos poetas,
sexo,
gárgola,
flor,
sapo,
mujer,
belleza de las cosas monstruosas,
complejidad de las simples,
encanto inefable de toda excepción,
esplín casi inglés
de la geometría,
del dibujo lineal,
de que tres y tres
¡hagan seis!
Mi corazón
pende en mi pecho,
condecoración
a ofrecer.
Cuando esté muerto
sabré si el Eclesiastés es cierto.
Hoy sólo sé que mi cuerpo es un racimo de placer
cuando el arco de la vida tocando su canción sobre mi médula
me entrega el distico sin par de tus brazos, mujer.
¡Entrando en el Huerto Prohibido
aceleró su latido el corazón!
Nos dio Dios al nacer
una juventud:
millonario y filántropo,
íntegra habré de perderla en la ruleta de tu boca,
laberinto
rastro
para holocausto en el martirio dulce de una honda extenuación.
Baja la marea de mi fervor pasional,
cuerpo de mujer,
sepulcro blanqueado
donde estoy sepultado.
Llanto, risa y asco.
Melancolía rotunda de la carne,
viaje a su país de maravilla,
Robinson crucificado,
con billete de ida y vuelta,
y al retorno, tan cargado de melancolía mi bajel estaba
que hubo de sucumbir
y nosotros, cobardes, nos pudimos salvar.
Después, mucho he llorado
de vergüenza y de rabia.
Hoy, cuando sus manos,
estrellas de cinco picos,
constelan mi frente,
la alcachofa del almanaque se deshoja
sin el dolor de su sabor monótono.
Su rosado recuerdo como el ojo
de un conejo blanco,
me ha tatuado el cuerpo.
Su recuerdo: cintura de castidad.
Yo fui el San Sebastián martirizado
por las flechas bordadas de sus medias!