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Manuel Magallanes Moure
de mis días tristes
Quedo, muy quedo penetré a tu alcoba
y ahogando el rumor de mis pisadas.
avancé...
Ya la luz desfallecía.
El aposento sumergido estaba
en una claridad tenue y dudosa;
y era esa claridad así tan lánguida
como la suave luz de tus pupilas
cuando mi boca febriciente y ávida
muerde la dulce carne de tus labios...
Entonces languidecen tus miradas
con desfallecimientos de crepúsculo.
En el limpio cristal de la ventana
agonizan reflejos purpurinos
y las sombras germinan en la estancia.
como un florecimiento de tristezas
en los pliegues recónditos de un alma.
Flota un vago perfume... Así el perfume
de tu alma de mujer enamorada.
Así tan leve, así tan vago... Acaso
este perfume delicioso es tu alma!
Acaso este perfume es el espíritu
de aquellas pobres rosas deshojadas
que por buscar el sol del vaso huyeron
y sin sol se quedaron y sin agua...
Acaso este perfume delicioso
así tan leve, así tan vago, es tu alma!
Aquí la mesa pequeñita en donde
llorando escribes tus amantes cartas:
allí tu traje rosa, cuya seda
el tibio aroma de tu cuerpo guarda;
allá en el muro, hundida en la penumbra,
la silueta borrosa de una santa;
acá el vacío espejo de Venecia
como un pozo de sombra, y de la estancia
en un ángulo oscuro, el blanco lecho,
como un altar de albura inmaculada!
De rodillas caí junto a aquel lecho
y convulso de amor besé la almohada,
y el tibio aroma de tu carne virgen
busqué, besando las revueltas sábanas
que ajé ardorosamente en mi locura...
Y hallé las dulces huellas que buscaba
y el tibio aroma de tu cuerpo amado
llegó hasta el fondo mismo de mi alma.
Y lloré de placer y de amargura,
y amoroso besé, mordí con rabia
y fué un delirio enorme y angustioso...
Temblé.
Miré en redor y mi mirada
se hundió en la negra sombra de la noche.
Sentí fuego en los ojos... Eran lágrimas.
Tambaleando salí, como un demente,
y abierta y sola se quedó tu estancia...